martes, 30 de diciembre de 2008

San Pedro Alcántara y Santa Teresa de Jesús II


La comunión entre los santos, libre de todo egoísmo, se vive en lo más profundo del corazón. En él se esconde ese mutuo aprecio, esa sintonía que viene a expresar lo que es la clave de su comunión: el mismo Dios en el que asientan su mutua amistad y aprecio, pues sólo en Él y desde Él tiene razón de ser su encuentro y cercanía. Esto no quiere decir que tal amistad no se dé en las circunstancias concretas de una historia y de una vida que ha venido a entrelazar los destinos de quienes desde Dios se aprecian y aman. Testimonios tenemos a lo largo y ancho de la vida de muchos santos, pero en algunos esto se hace mucho más patente, y tal es el caso de Santa Teresa. Son muchos los santos que se han cruzado por su vida y con los que ella ha vivido esta singular relación de aprecio y cercanía. Queremos ahora recordar y evocar la que tuvo con San Pedro de Alcántara.

Cuando Teresa hace memoria viva de su camino hacia Dios y recuerda cómo Cristo vino a ser para ella «libro vivo», no puede olvidar que fue el bendito fray Pedro de Alcántara quien pudo confirmarla en ello, frente a otros muchos que la tenían amedrentada.

Bien claro veía ella que su sentir a Cristo cabe sí no era fruto de una imaginación desbordada por falsos sentimientos religiosos; pero el miedo en que la hacían vivir quienes con sus consideraciones la inducían a sospechar siempre de ello, y a ver en tales experiencias ardides del diablo para perderla, la sumergieron en un mundo de dolor y sospecha. Buscaba incesantemente algún maestro que la pudiera llegar a dar razón de lo que ella vivía, que tan lejos estaba de esos engaños y patrañas que la imaginación ponía en muchos de sus contemporáneos, pero que por la dificultad de darlo a entender al ser experiencia surgida en el fondo de su misma vida entregada a Cristo no encontraba confirmación en su vivencia.

Con San Pedro de Alcántara llegará la confirmación en lo que vive al descubrir que lo que ella experimenta son visiones muy subidas, que se expresan en luz interior, y no en falsas consideraciones fruto de la imaginación inducida por sentimientos pseudorreligiosos o patrañas del demonio. No eran simples consideraciones para momentos de oración, era don y gracia de Dios que en Jesucristo nos ha dado todo, por eso sólo hombres experimentados podían confirmarla en ello. Su gozo y alegría es grande y no puede dejar de ensalzar a quien supo encauzarla por sendas de tanta perfección: «¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito de fray Pedro de Alcántara! –exclama al saber de su muerte y recordarle–. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!» (Vida 27,16).

Describe su penitencia y concluye: «Con toda esta santidad era muy afable aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento». Ella sabe que la quería bien, y que fue este amor algo que el Señor quiso la tuviera para volver por ella y animarle en tiempo de tanta necesidad, como fueron los años en que su oración no era entendida ni aprobada por quienes la acompañaban en Avila.

Santa Teresa recuerda que nuestro Santo había llegado a Avila invitado por doña Guiomar de Ulloa para que la tratase y aconsejase. Aquel verano de 1560 se preocupa su buena amiga de recabar licencia del Provincial de los Carmelitas para que Teresa pueda salir del convento y hospedarse en su casa. Allí y en algunas iglesias le habló al Santo muchas veces. Le dio cuenta de su alma, como ella acostumbraba a hacerlo, con claridad, sin doblez, poniendo bien al desnudo su alma. Aquel hombre de Dios la llegó a entender por experiencia. Algo que muy pronto descubrió la Santa, en momentos en que ella aún no se sabía entender, ni por lo mismo sabía expresar con precisión lo que por ella pasaba. «Era menester que hubiese pasado por ello quien del todo me entendiese y declarase lo que era» –afirma nuestra Santa. Y continúa: – «Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber ni que tanto pudiese creer» (Vida 30,4-5).

Eran momentos cruciales en la vida de Santa Teresa. El encuentro con San Pedro de Alcántara fue providencial. Abre su espíritu a la alabanza y a la confianza en un mundo de temores y miedos. Le descubre el camino de la verdadera fe, y no sólo eso sino que este hombre que vive en Dios, que sabe de oración vivida como trato de comunión y amistad, sale en defensa de Teresa.

Habla con Francisco Salcedo, el caballero santo, y con el padre Baltasar Álvarez porque entiende que esta mujer es digna de lástima entre tanta incomprensión. «Díjome –escribe Santa Teresa– que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese; mas que él hablaría al que me confesaba y a uno de los que me daban más pena, que era este caballero casado que ya he dicho. Porque, como quien me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra, y es alma temerosa y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin, no acababa de asegurarse.

Y así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen más. El confesor poco había menester, el caballero tanto, que aun no del todo bastó, mas fue parte para que no tanto me amedrentase» (Vida 30,6).

Desgraciadamente, ha desaparecido la rica correspondencia que entre ambos tuvo que haber, pues concertaron escribirse y encomendarse mucho a Dios tras este encuentro.

Ella le guardará siempre el mejor de sus recuerdos cuando haya de hacer relación de conciencia de su vida, asegurando que era un santo varón, de los descalzos de San Francisco, con el que trató mucho y él fue el que hizo mucho de su parte para que se entendiese era buen espíritu el que animaba a la Santa. De nuestro santo también oyó muchas y excelentes razones para apoyar a las mujeres en el camino de la oración, vedado por muchos letrados, asegurando que según San Pedro de Alcántara aprovechan mucho más que los hombres (Vida 40,8). Le contará a su hermano muchas cosas buenas de él cuando le escribe a América y le recordará más adelante, pasados muchos años y ya muerto el Santo, para quitar miedos a su hermano –que iniciándose en la oración vive los primeros fervores y se ve envuelto en raros deseos de levantarse entre la noche, y en raros sueños–, asegurando: «Si oyera lo que decía fray Pedro de Alcántara sobre eso, no se espantara...» (Cta. 167. A don Lorenzo de Cepeda. Toledo, 2 de enero de 1577).

Por último, a Teresa le quedan los libros escritos por el Santo para seguir confortándose con su doctrina, y sentirse identificada con ella. Si para rebatir su pensamiento le aducen lo escrito por el Santo, acabará descubriendo con su oponente, después de leerlo, que dice lo mismo que ella (cfr. 4M 3,4). En sus Constituciones, entre los libros que recomienda han de procurar las prioras haya para mantener el alma en sus casas, están los libros de fray Pedro de Alcántara. Tal es el recuerdo vivo y el aprecio que guardó siempre Santa Teresa por este gran Santo, al que tanto debe y con el que tanta sintonía de alma encontró.

*Francisco Brändle, O.C.D.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Simeón tomo al niño en sus brazos...


Comentario al Evangelio por Santa Teresa de Jesús

Es en esta oración de quietud, adonde a mí me parece comienza el Señor, como he dicho, a dar a entender que oye nuestra petición, y comienza ya a darnos su reino aquí, para que de veras le alabemos y santifiquemos su nombre y procuremos lo hagan todos.

Es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos; porque es un ponerse el alma en paz o ponerla el Señor con su presencia por mejor decir, como hizo al justo Simeón (Lc 2, 29), porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma, por una manera muy fuera de entender con los sentidos exteriores, que ya está junto cabe su Dios, que, con poquito más, llegará a estar hecha una misma cosa con él por unión. Esto no es porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía el justo Simeón más del glorioso niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la poca gente con él que iban en la procesión, más pudiera juzgarle por hijo de gente pobre que por Hijo del Padre celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender.
Y así lo entiende acá el alma, aunque no con esa claridad; porque aun ella no entiende cómo lo entiende más de que se ve en el reino (al menos cabe el Rey que se le ha de dar), y parece que la misma alma está con acatamiento aun para no osar pedir.
*fuente: Evangelio del Día

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Navidad (poema de Santa Teresa)


Pues el amor
nos ha dado Dios,

ya no hay que temer,

muramos los dos.


Danos el Padrea

su único Hijo:
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.


¡Oh gran regocijo,

que ya el hombre es Dios!

no hay que temer,

muramos los dos.


Mira, Llorente
qué fuerte amorío,
viene el inocente

a padecer frío;
deja un señorío
en fin, como Dios,
ya no hay que temer,

muramos los dos.

Pues ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que toma un sayal
dejando riqueza?


Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.


Pues ¿qué le darán

por esta grandeza?

Grandes azotes
con mucha crudeza.


Oh, qué gran tristeza

será para nos:
si esto es verdad
muramos los dos.


Pues ¿cómo se atreven

siendo Omnipotente?
¿Ha de ser muerto
de una mala gente?


Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
¿No ves que El lo quiere?

muramos los dos.

martes, 23 de diciembre de 2008

¡Jesús de Teresa!


Se cuenta que Santa Teresa de Jesús, yendo un día por las escaleras del Monasterio de la Encarnación en Avila, España, se tropezó con un hermoso Niño. Sorprendida por ver un niño dentro de la clausura monacal, se dirigió a él preguntándole:- ¿Y tú quién eres?. El niño le replicó a su vez con otra pregunta: -¿Y quién eres tú?. La madre respondió: -Yo, Teresa de Jesús. Y el niño sonriente le repuso: -Pues yo soy, Jesús de Teresa.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Y el almendro floreció...


Cuadro de la muerte de santa Teresa, obra de sor Isabel Guerra

La insigne artista y académica sor Isabel Guerra, miembro del Comité de Honor de la Asociación Amigos de Ana de San Bartolomé, ha querido contribuir a la difusión de la figura de esta gran carmelita, compañera de santa Teresa de Jesús, fundadora de Carmelos en Francia y Flandes, y amiga y consejera de la infanta Isabel Clara Eugenia -hija de Felipe II y Gobernadora de los Países Bajos-.
Ha pintado un óleo de grandes dimensiones reflejando el momento que marcó su vida y se convirtió en su gran referente: la muerte de santa Teresa en sus brazos. Para recrear la escena se ha basado en los testimonios de los procesos de canonización de Teresa de Jesús y en la Autobiografía de Ana de San Bartolomé, que desvelan los hechos extraordinarios que sucedieron aquel anochecer del 4 de octubre de 1582, en el Carmelo de Alba de Tormes, y la visión que la Beata describió: «Y el día que murió estuvo desde la mañana sin poder hablar; y a la tarde me dijo el padre que estaba con ella que me fuese a comer algo. Y en yéndome, no sosegaba la Santa, sino mirando a un cabo y a otro. Y díjola el padre si me quería, y por señas dijo que sí, y llamáronme. Y viniendo, que me vio, se rió; y me mostró tanta gracia y amor, que me tomó con sus manos y puso en mis brazos su cabeza, y allí la tuve abrazada hasta que expiró, estando yo más muerta que la misma Santa, que ella estaba tan encendida en el amor de su Esposo, que parecía no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle. Y como el Señor es tan bueno y veía mi poca paciencia para llevar esta cruz, se me mostró con toda la majestad y compañía de los bienaventurados sobre los pies de su cama, que venían por su alma. Estuvo un Credo esta vista gloriosísima, de manera que tuvo tiempo de mudar mi pena y sentimiento en una gran resignación y pedir perdón al Señor y decirle: Señor, si Vuesa Majestad me la quisiera dejar para mi consuelo, os pidiera, ahora que he visto su gloria, que no la dejéis un momento acá. Y con esto expiró y se fue esta dichosa alma a gozar de Dios como una paloma».

Esa visión extasió a Ana de San Bartolomé, cuyo rostro encendido concentró todas las miradas mientras Teresa de Jesús moría y un almendro seco florecía en la huerta: «Vio esta testigo y otras religiosas, a la mañana siguiente, que un arbolillo seco y que nunca había llevado fruto, que estaba en un campecillo que caía delante de la celda donde la dicha madre Teresa de Jesús estaba muerta, estaba cubierto de flor y blanco como la nieve; lo cual pareció cosa milagrosa, lo uno por ser a cinco de octubre, que es el rigor del invierno; lo otro, porque el dicho arbolillo estaba seco y nunca había llevado flor, ni de allí adelante la llevó». Otros testigos destacaron la tersura que recuperó el rostro inerte de Teresa de Jesús y al aroma que envolvió la celda: «El cuerpo quedó blanco... y no se echaban de ver las arrugas que por su edad tenía..., fue tanto el olor que salió de su cuerpo...»; «Nunca pudo atinar a lo que olía, porque el olor era tan suave y penetrante y confortativo, que le pareció que el estoraque y benjuí, algalia, y almizcle y ámbar se quedan muy atrás».Sor Isabel Guerra ha querido plasmar el adiós a la vida de santa Teresa en brazos de la Beata Ana de San Bartolomé, en el sublime momento en que ésta tiene la visión de la gloria que espera a Teresa de Jesús. Un almendro florecido abraza toda la escena y se convierte en el símbolo de muerte como florecimiento de Vida.

*Por:Belén Yustey Sonia L. Rivas-Caballero

viernes, 19 de diciembre de 2008

El mensaje de Santa Teresa


Que dejemos actuar a Dios en nuestro corazón.

Que procuremos crecer en amistad con Dios por la oración.

Que luchemos contra cuanto nos aleja del Señor.

Que procuremos alcanzar la santidad cueste lo que cueste.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La obra literaria y mística de Santa Teresa


Las obras principales de la Doctora Mística, como reconoce oficialmente la Iglesia Católica a Teresa de Jesús, se pueden dividir de la siguiente forma, aun cuando forman un todo armonioso: 1º)Obras autobiográficas ( VIDA, RELACIONES, FUNDACIONES)2º) Obras doctrinales ( CAMINO DE PERFECCIÓN, CONCEPTOS DE AMOR DE DIOS, CASTILLO INTERIOR O MORADAS.)3º) CARTAS Y POESÍAS

El libro de su Vida: obra de madurez (1561-1565) es un prodigio de estilo femenino, lleno sinceridad y frescura. Junto a datos personales e íntimos, gracias a los cuales se pueden conocer todo un proceso personal de entrega a la vida espiritual en sus componentes fundamentales- purgación, iluminación y unión mística- se encuentran también análisis profundos y maravillosos del camino ascético-místico.

Libro de las Relaciones: puede considerarse un complemento del libro de la Vida.

Libro de las Fundaciones: en él se encuentran toda la vida de aventurera a lo divino que fue Sta. Teresa. Hoy nos parece increíble cómo esta mujer admirable pudo recorrer media España fundado conventos con escasos medios y continuas persecuciones. En este libro quedan patentes cualidades tan sobresalientes como: el espíritu de lucha, la capacidad organizativa y emprendedora, la prudencia y su habilidad para relacionarse con toda clase de personas desde el Rey Felipe II, hasta los más humildes mesoneros, arrieros. Las Fundaciones nos presentan un retablo único de la España del S.XVI.

Libro de las Moradas o Castillo Interior: es la obra cumbre de Sta. Teresa y una de las cumbres de la Mística Experimental. En esta obra maravillosa predomina la unidad basada en la alegoría -metáfora continuada- en la que el alma es comparada con un castillo todo diamante, compuesto de "muchas Moradas, unas en lo alto, otras en lo bajo y otras a los lados; y en el centro o mitad de todas éstas tiene la más principal, que es donde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma". Las tres moradas primeras se corresponden con la primera etapa de la vida espiritual, vía purgativa, las tres siguientes se corresponden con la vía iluminativa; la séptima y última morada con la vía unitiva.

Los conceptos de amor de Dios: contienen un comentario original y efusivo sobre el bíblico Cantar de los cantares.

El Camino de Perfección: es un tratado de ascética dirigido a las monjas de sus monasterios, en él se ve reflejado el penetrante análisis psicológico que la Santa hace del alma femenina. La mujer que ha experimentado los más grandes gracias místicas, aparece con los pies en el suelo, conocedora de las más profundas motivaciones del alma femenina.

Las cartas: tienen una importancia fundamental para conocer la dimensión social de la Santa Andariega, con su estilo único son una muestra interesante de todas las relaciones que la Sta. Teresa desplegó para llevar a cabo la Reforma Carmelitana, se conservan una 400 dirigidas a las personas más plurales por sus oficios, profesión y posición social.

Los poemas: son de menor importancia que su obra en prosa, tienen un marcado acento popular y entroncan perfectamente con la lírica del pueblo, entre los poemas más conocido está el que empieza con el verso Vivir sin vivir en mí. La lírica teresiana tiene un tono fervoroso y estilo sencillo.

ESTILO TERESIANO

Santa Teresa escribe por obediencia y muchas veces contra su voluntad. Ajena al artificio literario no pretende nunca trastornar la retórica. Su estilo se mueve dentro del gran principio valdesiano: escribo como hablo, que ella modifica ,cuando afirma: iré hablando con ellas en lo que escribiere, esto fue lo que motivo el juicio literario formulado por Fray Luis de León, quien puso los fundamentos definitivos de todo análisis crítico teresiano. Escribe el excelente crítico: (...) no es menos clara ni menos milagrosa la segunda imagen que dije, los libros; en los cuales, sin ninguna duda, quiso el Espíritu Santo que la Madre Teresa fuese ejemplo rarísimo. Porque en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma de decir, y en la pureza del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale..".


*Fidel García Martínez (Mística Carmelitana)

martes, 16 de diciembre de 2008

Espíritu Misional del Carmelo Teresiano


Resumen de la tradición e historia misionales del Carmelo Teresiano.

1. Desde sus comienzos el Carmelo Teresiano tiene una configuración misional. La carismática Madre Santa Teresa de Jesús (1515-1582) le infundió esa orientación y esa vocación. Recordamos la anécdota de la infancia teresiana. A los 7 años "concertábamos irnos a tierras de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allí nos descabezasen" (Vida 1, 5). Así intentó con su hermano Rodrigo "la fuga" de la casa paterna.

Escalando la cumbre de su madurez espiritual, experimentó la gracia de la visión del infierno, rica en consecuencias y resoluciones personales.
Entre la remoción interior que le produjo, anota: "De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque ya eran por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas" (Vida 32, 6). De este desasosiego interior arrancó la primera idea de la Reforma del Carmelo (ibid., 10).

Pasando por los vehementes apóstrofes del Camino de Perfección, sobre todo los capítulos 1 y 3, recordemos el texto del libro de las Fundaciones. Es clásica la referencia de la fuerte sacudida interior que le causó la visita del misionero franciscano Alonso Maldonado de Buendía, que venía de las Indias (1566), cuando le "habló de los millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina... Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí... Clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese remedio cómo yo pudiese algo para ganar alma para su servicio..." (F 1, 7).

En otra ocasión escribía a su hermano Lorenzo de Cepeda en Quito: "Nos juntemos entrambos para procurar más su honra y gloria y algún provecho de las almas, que esto es lo que mucho me lastima, ver tantas perdidas, y esos indios [de América] no me cuestan poco" (Cta. del 17.01.1570).

Teresa de Jesús quedará todavía subyugada por el apostolado de la redención de los cautivos, evocando el caso que había leído en la vida de San Paulino de Nola (cf. Meditaciones sobre los Cantares 3, 4) y de la conversación mantenida con el alcantarino Alonso de Cordovilla (ibid., 8).

Seis meses antes de su muerte tuvo conocimiento de la primera expedición misional de los Carmelitas Descalzos, que zarpó del puerto de Lisboa el 5 de abril de 1582 a tierras africanas del reino cristiano del Congo. El superior provincial, P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, precisa bien que ejecutó este envío "todo con consejo y ayuda de la misma Madre" Teresa de Jesús (Sermón teresiano, 16 BMC 491).

2. Esta determinante impronta misional en la orientación y y desarrollo de la vida de la Orden ha permanecido como línea constante en el Carmelo Teresiano a través de su historia. El ideólogo de la vocación misionera del Carmelo, el calagurritano P. Juan de Jesús María, escribía de los hijos de Santa Teresa: "No satisfacen suficientemente su propósito si se dedican a la contemplación sólo para perfeccionarse a sí mismos, sin aspirar a la conversión de los infieles" (Compendium Vitae B.V. Teresiae a Iesu. Roma, 1609).

Es sintomático, por ejemplo, que el primer decreto del Definitorio General de la Orden en Roma fuera para ejecutar un proyecto misional: la fundación de una Misión en Polonia y de un convento en Sion (Suiza) "para convertir herejes con la ayuda de Dios" (cf. Acta Definitorii Generalis OCD Congregationis S. Eliae (1605-1658). Roma 1985, p. 3). Anecdóticamente hay que recordar que el primer obispo de la familia teresiana fue el misionero P. Juan Tadeo Roldán de San Eliseo (1574-1633), preconizado ordinario de Isfahán (Persia) el 6 de setiembre de 1632.

3. Desde los comienzos se ha mantenido y se ha desarrollado esta tradición misional en el Carmelo de Teresa. Basta recordar a sus figuras más representativas. El primer superior provincial de la nueva Provincia Carmelitana, P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614), y el V. Domingo de Jesús María Ruzola (1559-1630) participaron en la fundación de la Congregación romana de Propaganda Fide (1622). El V. P. Juan de Jesús María, el "Calagurritano" (1564-1615), sistematizó teológicamente la ciencia misional. Al V. P. Tomás Sánchez Dávila de Jesús (1564-1627) se le reconoce como iniciador de la Misionología con su estudio "De Procuranda salute omnium gentium" (Amberes, 1613).

Entre los autores clásicos recordamos todavía - entre otros - al P. Próspero del Espíritu Santo (1583-1653), que recuperó para la Orden la colina del Monte Carmelo en Palestina (1631), al indólogo austríaco P. Paulino de San Bartolomé (1748-1806).

4. La vocación misionera del Carmelo está reflejada actualmente en sus Constituciones, renovadas según la mente del Concilio Vaticano II. El cap. 6 lleva por título "Misión apostólica de la Orden". Leemos así en uno de sus números: "La evangelización de los pueblos... fue siempre con justicia una de las obras predilectas de la Orden. En efecto, nuestra Madre santa Teresa prendió en su familia la llama del celo misional que la abrasaba, y quiso que sus hijos trabajasen también en la actividad misionera. Por eso, - añade - se ha de procurar con desvelo que este entusiasmo misional se mantenga y propague en la Orden, que todos se interesen por la evangelización de los pueblos y que se promocionen las vocaciones misioneras en todas partes..." (Const. y Normas aplicativas de los Hermanos de la OCD. Roma, 1986, nº 94).

La cumbre de la misionariedad carmelitana representa Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), proclamada el 14 de diciembre de 1927 Patrona universal de las Misiones "al igual que San Francisco Javier" por el Papa Pío XI.

Recordando...



14 de Abril 1562.

Santa Teresa de Jesús muy preocupada por el asunto de cómo construir el Convento de San José, con relación a la pobreza absoluta, recibe una extensa carta de San Pedro de Alcántara, en que se le queja y extraña, con palabras encarecidas, que en asuntos de perfección, como era la pobreza, consultase con letrados y juristas y no a hombres que profesan la perfección, a hombres curtidos en la práctica de esta virtud evangélica. Sta. teresa retrata a S. Pedro de Añlcántara diciendo que parecía hecho "de raices de árboles. Tal era su penitencia" (Libro De su Vida).

lunes, 15 de diciembre de 2008

Cordialidad y Santa Teresa de Jesús



Distintos corazones


El corazón de Teresa de Jesús es un corazón con ventanas abiertas, donde todo y todos pueden descubrir, tocar su tesoro y sentirse a gusto, llenos de oxígeno y de luz.


Su corazón era como un imán...


Son muchas las anécdotas que tenemos y también abundantes las descripciones que otras personas hicieron de Teresa, enfatizando esta virtud.


"Tenía la M. Teresa hermosa condición, tan apacible y agradable, que a todos los que trataban con ella, atraía tras sí, y la amaban y querían, aborreciendo ella las condiciones ásperas y desagradables que a veces tienen algunos santos, con que se hacían a sí mismos y a la santidad, aborrecible." P. Gracián.


Alguna monja de la Encarnación decía sutilmente Teresa tenía la propiedad de la seda dorada, porque venía bien con todos los matices, se hacía a las condiciones de todos ganarlos a todos. Y Fray Luis de León, la define como "la piedra imán que a todos atrae".


Yepes señala que entre las gracias de Teresa, tuvo una muy señalada: "Haberle dado Dios una maravillosa fuerza y virtud para mover los corazones de aquellos con quienes trataba. Su eficacia deshacía corazones, rendía las voluntades y allanaba las contradicciones".


De sí misma Teresa de Jesús reconoce que: "Todos estaban contentos conmigo, porque en esto me daba el Señor gracia, en dan contento a donde quiera que estuviese y así era muy querida... aunque a mí me hiciera pesar" (V.1,3; 3,4)


Estrategias teresianas para tener amigos


Elegimos tres actitudes para definir la cordialidad teresiana: amabilidad, suavidad y dar contento.


Dar contento, es la regla de oro para hacer amigos. Es la práctica de la amistad teresiana; ver felices a otros motivo de ello, es causa de inmensa alegría. Ya dice San Pablo que «hay más alegría en dar que en recibir» y San Lucas añade: «Dios ama al que da con alegría.»


Los que conocieron a Teresa siempre recordaron la suavidad de su pedagogía en todo: en el gobierno, en el modo de promover la vida espiritual, en el trato con todos. Su lema parece ser: Es necesario llevar las cosas sin violencia, con suavidad. "Importa mucho entender que no lleva Dios a las almas por el mismo camino".
Todo el epistolario teresiano es una manifestación de afabilidad: encanto, amabilidad, capacidad de admiración, comunicación e interés por todos, ricos y pobres; ignorantes y letrados, personas sencillas y grandes personalidades.


En los procesos de su beatificación varias personas dijeron que Teresa de Jesús, tenía el don de hacer sentir al otro su preferido. También recomienda mucho a sus hijas esta virtud: "Todo lo que pudieres, procurad ser afables" (CP41,7)


Quien lee a Teresa, inmediatamente siente que es acogido; sus escritos son un espacio oxigenante desde donde nos llega la luz. Curiosamente si la leemos a menudo, nos sentimos hijas hermanas, amigas de Teresa e incluso, sus preferidas. Su corazón es una ventana abierta a nosotros mismos, al mundo y a Dios.


*fuente: Teresa una mujer para la mujer de hoy

viernes, 12 de diciembre de 2008

El Ave Fénix y Santa Teresa de Jesús


En esta analogía, expuesta por la Santa Madre con aplauso y aprobación de Jesucristo, vemos comprobada una verdad, a saber: que la fuerza del símbolo no radica en su realidad histórica, sino en la apreciación popular de oyentes o lectores. No es preciso que el símbolo sea real, ni tampoco la acción simbólica, que se describe en estilo narrativo. Basta con que se comprenda lo que quiere decirse, dando por bueno lo que vulgarmente se cree sobre tal o cual cosa, y basando el contenido metafórico en semejante creencia o persuasión popular.


Bien saben todos que el Ave Fénix es una fantasía, incorporada por San Ambrosio al Exámeron cristiano. El padre Granada copió de él su descripción en un lenguaje fluido y precioso; pero no hay tal ave, y se desvanecen, por tanto, las consideraciones piadosas que se hacen sobre ella.


Oigamos cómo Santa Teresa nos describe la analogía, la cual no necesita ser histórica para ser muy hermosa:


«Comulgué y estuve en la Misa, que no sé cómo pude estar. Parecióme había sido muy breve espacio; espantóme cuando dio el reloj y vi que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria. Espantábame después, cómo, en llegando a este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de Dios (porque aunque más lo quiera y procure y me deshaga por ello, si no es cuando Su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no soy parte para tener una centella de él), parece que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria; y a manera de como hace el Ave Fénix, según he leído, y de la misma ceniza, después que se quema, sale otra, así queda hecha otra el alma después, con diferentes deseos y fortaleza grande, no parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor. Suplicando yo a Su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no se te olvide, para procurar mejorarte siempre»


Alude a este símbolo en las Moradas Sextas, capítulo IV, sin detenerse en desarrollar la idea ni la comparación. La frase teresiana según he leído justifica la apreciación de Hoornaert, que debió ser en el Tercer Abecedario de Osuna donde la Santa Madre bebió esta y otras muchas metáforas, porque era un autor muy amado de ella, según demuestran las continuas señales que dejó grabadas en sus hojas, y porque abunda dicho libro en comparaciones, frases gráficas de gran relieve y extraordinaria viveza, entre ellas la del Ave Fénix


*fuente:cervantes virtual

jueves, 11 de diciembre de 2008

Oración de Teresa, recordando su gravísima enfermedad



Bendito seáis por siempre,
que aunque os dejaba yo a Vos,
no me dejasteis Vos a mí tan del todo
que no me tornase a levantar
con darme Vos siempre la mano.
Y muchas veces, Señor, no la quería,
ni quería entender cómo muchas veces
me llamabais de nuevo (Vida 6,9).

martes, 9 de diciembre de 2008

Santa Teresa de Jesùs: àguila y paloma



Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos.


Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza.


Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia.


Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".


viernes, 5 de diciembre de 2008

La oraciòn para Santa Teresa de Jesús



“Sin este cimiento fuerte (de la oración) todo edificio va falso”. (Camino de perfección, 4, 5).


“No son menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad si queremos”. (Vida, 7, 4).


“No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (Vida, 8, 2).

jueves, 4 de diciembre de 2008

Coloquio Amoroso





Si el amor que me tenéis,


Dios mío, es como el que os tengo,


Decidme: ¿en qué me detengo?


O Vos, ¿en qué os detenéis?



-Alma, ¿qué quieres de mí?


-Dios mío, no más que verte.-


Y ¿qué temes más de ti?-


Lo que más temo es perderte.



Un alma en Dios escondida


¿qué tiene que desear,


sino amar y más amar,


y en amor toda escondida


tornarte de nuevo a amar?



Un amor que ocupe os pido,


Dios mío, mi alma os tenga,


para hacer un dulce nido


adonde más la convenga.


*Santa Teresa de Jesùs

martes, 2 de diciembre de 2008

Palabra de Dios y buena compañía con Santa Teresa



Su primer contacto con la Biblia


El primer testimonio de Teresa sobre su contacto con la Biblia lo encontramos en el libro de la Vida. Nos referimos en primer lugar a su amistad allá por 1535, cuando tenía 20 años, con una monja agustina, María de Briceño, entonces Maestra de las “señoras doncellas de piso” en el convento de Nuestra Señora de la Gracia adonde había sido enviada la joven Teresa por su padre con fines educativos (1). Y en segundo lugar nos referimos al encuentro en Hortigosa con su tío Don Pedro, hombre espiritual y virtuoso, amante de “buenos libros de romance”(2). En la vida de la joven Teresa ambas experiencias están marcadas por el encuentro con la Palabra de Dios en el contexto de una relación amistosa. Esto no es sorprendente en el camino espiritual de la santa. Sabemos que fue una mujer de profundas relaciones de amistad y que este rasgo de su personalidad marcó hondamente su espiritualidad. Lo más interesante de estos dos textos es que nos muestran cómo la Palabra de Dios se vuelve luz y vida para ella en contextos de amistad y comunión.


En Santa María de la Gracia, Teresa comienza a “gustar de la buena y santa conversación de esta monja”(3) y confiesa: “Comenzóme esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento los deseos de las cosas eternas”. En el contexto de esta amistad le llega la palabra de Dios: “Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio. Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. En Hortigosa, un poco más tarde, se encuentra con su tío Pedro. Aquí también el contexto de comunicación y amistad espiritual es determinante. De esta visita a Hortigosa Teresa comentará: “Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña”(4). De nuevo el contexto comunitario y la palabra de Dios haciendo efecto en ella.


Como en muchas otras ocasiones, su propia experiencia se transforma en doctrina espiritual con validez universal. En Camino de Perfección insistirá sobre la importancia del contexto de amistad y de fraternidad como condición para acoger las palabras de Dios. Vale la pena leer el texto teresiano: “Que puede acaecer, para que os escuche vuestro deudo o hermano o persona semejante una verdad y la admita, haber de disponerle con estas pláticas y muestras de amor que a la sensualidad siempre contentan; y acaecerá tener en más una buena palabra -que así la llaman- y disponer más que muchas de Dios, para que después estas quepan” (5). Su pensamiento es claro. Una “buena palabra” dispone para que “quepan” las palabras de Dios. Así fue su primer contacto con la Biblia. La Palabra de Dios leída y oída se volvió en ella consuelo y luz gracias a la amistad y a la comunión en que la recibió.


*Padre Silvio José Báez,ocd (de: Cómo leyó la Biblia Santa Teresa de Jesús)

jueves, 27 de noviembre de 2008

La lucha interior de Santa Teresa de Jesùs



SU PERFECCIÓN EVANGÉLICA

Desde su nuevo ingreso en el convento hasta los años de la reforma de la Orden del Carmelo su vida transcurre en el ambiente monástico, dada a la oración y a la meditación. En sus escritos, la santa madre señala sus grandes luchas por alcanzar la perfección, y en esta guisa su rigor moral la hace acusarse de todo aquello que no sea acercarse a Dios, llegando a desorbitar sus acusaciones y sus censuras, tan humildes como exageradas. Para ajustarnos a la autenticidad de aque­lla época de su vida recurrimos al testi­monio del R. P. Domingo Báñez, que, como confesor que fué suyo muchos años, conocía bien su vida; testimonio que figu­ra en el artículo segundo del acta del proceso de beatificación y canonización hecho en Salamanca. Dice así: "En la vida que hizo en la Encarnación, en su mocedad no entiende que hubiese otras faltas en ella más de las que comúnmen­te se hallan en semejantes religiosas que se llaman mujeres de bien, y que en aquel tiempo, que tiene por cierto se señaló siempre en ser grande enfermera y tener más oración de la que comúnmente se usa, aunque por su buena gracia y donaire ha oído decir que era visitada de muchas personas de diferentes estados; lo cual ella lloró toda la vida, después que Dios la hizo merced de darle más luz y ánima para tratar de la perfección en su estado. Y esto lo sabe, no sólo por haberlo oído decir a otros que antes la habían tratado, sino también por relación de la misma Teresa de Jesús.

"En materia de honestidad — insistimos—la santa fué de un rigor extremado; y cuantos trataron de cerca a la mística doctora coinciden en ello. Su vida fué de una progresiva y bien cimentada perfec­ción evangélica. Caritativa con todas y en especial con las enfermas, pues la santa, como enferma, sabe y comprende que uno de los más expresivos testimonios del amor a Dios está en extremar la ca­ridad con el que sufre. Era muy respe­tuosa y amable con todos, obediente con los superiores; de aquí que su fama de mujer inteligente trascendiera más allá de los muros del convento de la Encarnación y adquiriese fama de gran con­versadora. En aquellos tiempos los con­ventos tenían mucha comunicación con el exterior; puede decirse que al locutorio, atraídos por las bondades de la madre Teresa de Jesús, iban gran parte de la buena y culta sociedad de Ávila, que acudían a las religiosas por las causas más leves y los pretextos más fútiles. Se comprenden fácilmente estas expansiones, que si Santa Teresa señala como perjudicia­les para las religiosas de vida contemplativa, no cabe duda que son de in gran beneficio moral para las gentes que acu­dían a ellas.

Las religiosas, no sujetas en aquella época a clausura papal, salían allí donde los superiores les encomendaban alguna misión. Por este motivo el reverendo Padre provincial del Carmen, conocedor de las virtudes que adornaban a la madre Teresa de Jesús, la encargó se trasladase, en compañía de otras religiosas, a la ciudad de Toledo para acompañar a doña Luisa de la Cerda, señora de la más ran­cia nobleza, que lloraba la muerte de su esposo, don Arias Pardo de Saavedra, mariscal de Castilla. Es de señalar que, entre más de ciento treinta religiosas que tenia la Encarnación, el reverendo padre provincial encomendó tan delicada misión a la santa madre; misión para la que se requerían unas excepcionales cualidades intelectuales, rectitud moral y gran tacto y conocimiento de las gentes, pues había de vivir una larga temporada en la casa de doña Luisa de la Cerda y de otras señoras no menos aristocráticas. Cumplió su cometido a plena satisfacción, y su carácter afable supo conquistar el afecto de cuantos la conocieron, especialmente la viuda de don Arias Pardo, que la tomó gran cariño y la prestó una excelente ayuda en la reforma del Carmelo. Es indudable que este trato espiritual dió sus frutos, unos magníficos frutos de apos­tolado por la dulzura y encanto de su palabra, y cimentó una amistad solemne.

En el testimonio de don Juan Carrillo, secretario del obispo de Ávila, en las informaciones de Madrid del año 1595, de su proceso de beatificación y canonización, se ensalzan estas virtudes de la santa. "Muchas veces oyó este testigo a la dicha madre Teresa de Jesús tratar de Nuestro Señor con un amor y un fervor tan grande que ganaba a quien la oía y incendia grandes deseos de agradar a Dios. Y de la oración decía tan altas co­sas y tan conformes al dictamen de la razón, que admiraban a cualquiera grande entendimiento y dejaba en él una satisfacción muy grande de que aquéllos eran del Cielo y que el Espíritu Santo alumbrara aquella alma, y ansí fueron infinidad de ellas las que redujo... Porque la fuerza que tenía en decir en esta parte parecía más que humana, y era con tanta suavidad y caridad que atraía a cuantos la hablaban...

"De vuelta nuevamente a su convento en Ávila, su padre enferma de considera­ción y muere días más tarde. La madre Teresa de Jesús le asiste durante toda su enfermedad, pues la clausura no les impedía abandonar su sede religiosa por motivos altamente justificados, previamente autorizadas por la Superioridad. Por este motivo don Alonso de Cepeda se vió asistido en los últimos momentos de su vida por la más entrañablemente amada de sus hijas.

Parece ser que don Alfonso de Cepeda murió el 24 de diciembre de 1543. No se sabe el lugar donde fué enterrado; algunos biógrafos afirman que en la iglesia de San Francisco, hoy arruinada, sin que este fundamento sea muy sólido. A mediados del siglo xvii se examinó la se­pultura en que se decía descansar el pa­dre de la santa madre y se comprobó que pertenecía a un hermano de don Alonso de Cepeda enterrado con su mujer, cuyo apellido coincidía con los de su segunda esposa, doña Beatriz. Es probable que los restos de don Alonso de Cepeda fueran a reposar con los de su esposa, doña Beatriz, en la parroquia de San Juan, pues ésta era entonces la costumbre.

Contaba a la sazón la santa veintiocho años. Su vida discurre en esa ascendente progresión en la vida perfecta. Es el pór­tico de la santidad lo que ya alcanza la monja abulense, después de más de doce años de oración, de meditación, de ele­var su pensamiento a Dios. La joven Te­resa de Ahumada se hace mujer, su inteligencia madura y su santidad crece. Es el temple de la recia mujer castellana que, con la sola fuerza tremenda de su ora­ción, supo hallar refugio en el amor de Cristo.

*fuente: Santa Teresa de Jesús.com

martes, 25 de noviembre de 2008

Sobre las obras de Santa Teresa de Jesús


La obra de Santa Teresa de Jesús refleja, simultánea o consecutivamente, las vivencias de un misticismo ardiente, como el que recorre el Castillo interior o las Moradas, y la dura actividad cotidiana que muestra el Libro de la vida; los éxtasis o arrobamientos del Camino de perfección o los Conceptos del amor de Dios, y la concreción de los asuntos mundanos del Libro de las constituciones, que también se trasluce en el cerrado organigrama de los nuevos conventos, recogido en el Libro de las fundaciones.

Su vida marcó una época, porque, en un mundo dominado por los hombres, defendió el derecho de la mujeres a desarrollar su propia personalidad; de ese empeño convenció a sus mejores contemporáneos: fray Luis de León, San Juan de la Cruz, San Francisco de Borja, fray Juan de Ávila, el padre y profesor Domingo Báñez, el inquisidor Quiroga..., incluso a Felipe II. Y a pesar de los desprecios e insultos, viajó por toda España con idéntico espíritu que al principio y renovada ilusión.
*fuente: Cervantes Virtual

lunes, 24 de noviembre de 2008

Éxtasis de Santa Teresa de Jesús



En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.

Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.

El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.

El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.

Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.

San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Jesús


Sólo alguien que conociera por experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenarla, garantizarla, devolverle la paz.
Este santo varón fue san Pedro de Alcántara. «Enseguida vi que me entendía por experiencia, que era lo que yo necesitaba». «Quedamos muy amigos».
Es admirable la Providencia que acude en ayuda de Teresa. ¿Cuántos extáticos habría en España en aquellos tiempos? ¿Uno? Pues ese llega a consolar a Teresa en el momento necesario. Más adelante volverá para convencer al obispo de Ávila de que apruebe su fundación.
Su intervención fue necesaria y decisiva, porque don Álvaro de Mendoza se había cerrado en banda: no quería admitir la fundación. A pesar de haberle escrito fray Pedro, su decisión se mantuvo inexpugnable. Pero el amor de fray Pedro era más fuerte que la terquedad del Obispo y enfermo como estaba, se levantó de la cama, y quiso que le llevaran cabalgando en un borriquillo a El Tiemblo, donde estaba el Obispo.
Le acompañaron Gonzalo de Aranda y Francisco de Salcedo. «Los que de veras aman a Dios todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden». La sangre y la vida darán por ayudar las obras de Dios».
Es la piedra de toque que patentiza si se busca a Dios o el prestigio propio y la imagen que por nada del mundo se quiere arriesgar.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Las tres grandes virtudes de Santa Teresa de Jesús



El amor, principal fuerza de cohesión para todo ser humano, se expresa en la comunidad en la comprensión, el cariño, la amistad y el servicio, prestados desde la gratuidad y que, son recíprocos y exigentes, pero gratificantes. Amor de unas con otras, “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar” (CP 6,4) que sabe compartir desde los niveles más profundos de la persona, especialmente lo relativo a la fe y a la vivencia de la gracia vocacional. Amor que trasciende la propia comunidad, y se abre a la universalidad eclesial.


El desasimiento es fuente de libertad y señorío, excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, tanto en lo material como en las relaciones interpersonales. El egoísmo repliega sobre sí mismo, el amor dilata y engrandece, por eso solamente el amor es capaz de compartir. La persona desprendida no pone el acento en nada, porque ha optado por el “Todo”. En frase de la Santa: “sólo Dios basta” (Poesías) y ésta no es una frase excluyente sino más bien sintetizante porque en Dios lo halla todo. Posee el mayor bien: su relación personal con el Señor, donde encuentra toda su riqueza y felicidad.


La Humildad de la que trata la Santa nada tiene de minusvaloración personal, conoce y acepta sus limitaciones pero tiene clara conciencia de los bienes naturales y sobrenaturales que posee, nada se apropia, pues sabe que todo es don recibido de Dios. La humildad pone cada ser y cada cosa en relación con la Persona de Jesús. Conocida es la frase de la Santa “humildad es andar en verdad” (MVI 10,7). La humildad verdadera cede el protagonismo enteramente a Dios porque sabe que la orientación y el rumbo de su vida pertenecen al Señor. Sabe desconfiar de sí porque ha puesto su entera confianza en el Señor de su vida.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Iconografía de Santa Teresa de Jesùs



Iconografía: de entre sus contemporáneos, Santa Teresa es una de las pocas que tuvo su retrato directo, realizado por Fray Juan de la Miseria, en Sevilla, en 1570.

Por lo tanto esta imagen es la más fiel que se tiene de la Santa.

Luego otros artistas han preferido idealizar su figura, perdiendo así el verdadero carácter de Teresa.

A Santa Teresa se la representa con el hábito marrón y la capa blanca corta propios de las Carmelitas Descalzas.

Sus atributos son el libro y la pluma, por ser escritora.

Cuando se la reconoce como Doctora de la Iglesia se le agrega la muceta blanca y el birrete.

martes, 18 de noviembre de 2008

Santa Teresa la grande



Monja andariega y abadesa andante
Que en el servicio de Nuestra Señora
Alanceabas molinos y carneros;
Tú, princesa y fregona y mendicante,
Tú, que sabías acertar la hora
En que Dios fiscaliza los pucheros;
Tú, que después, hablando mano a mano,
Te quedabas con El de sobremesa.


Y era casi tu hermano
Aquel que te llenaba la cabeza
De angelerías y de fundaciones.


Y luego te partías
A predicar canciones y razones
Como jugando a las postrimerías;
Teresa de Jesús, tú que supiste
Sobrellevar el éxtasis y el dardo,
Glorioso el pecho y la mirada triste,
Trémula el alma y el andar gallardo;


Tú, la de la Divina
Paloma que al oído te dictaba
Sus lecciones de amor y de doctrina
Y de consuelo musical, en tanto.


La nube dibujaba
Un atril de marfil para tu canto;
Tú, señora de toda gentileza,
Acógeme a tu abrigo,
Teresa de Jesús, Madre Teresa,
No me dejes estar solo conmigo.



*Ignacio B. Anzoátegui

lunes, 17 de noviembre de 2008

Anecdotario de Santa Teresa de Jesùs


Estaba un día con Isabel de Santo Domingo. En un momento de la conversación le dijo Santa Teresa:
… Sepa que la quiero tanto porque se me parece mucho…
(y sor Isabel comenzó a alborozarse)
… en lo malo, en lo malo…,
concluyó la santa.


Tras recibir permiso para fundar conventos de frailes, Santa Teresa persuadió a fray Antonio de Jesús y a fray Juan de la Cruz para que hicieran carmelitas descalzos. Y como fray Juan de la Cruz era pequeño de cuerpo, solía decir con mucha gracia:
… Bendito sea Dios, que tengo para la fundación de mis descalzos fraile y medio.


Hablando en el locutorio de la Encarnación con fray Juan de la Cruz, muchas veces se arribaron (levitaron) los dos. En cierta ocasión se levantó fray Juan para resistir el ímpetu del Espíritu. Dijo la Santa:
… No se puede hablar de Dios con mi padre fray Juan porque luego se traspone o hace trasponer.


Supo la Santa que el padre Gracián andaba en Ávila indagando la nobleza de sangre de sus padres y, enojada, dijo:
… Padre, a mí me basta ser hija de la Iglesia y me pena más haber hecho un pecado venial que descender de los más viles hombres del mundo.


En la fundación de Burgos hubo recias contradicciones. El arzobispo se oponía admitir fundación tan pobre. La Santa replicó:
… No temo qué les ha de faltar a mis hijas, sino lo que les ha de sobrar.


Se acongojaba si la tenían por santa:
… Después de muerta me han de dejar en el purgatorio hasta el juicio, porque, creyendo que soy santa, no me han de encomendar a Dios.


Fray Juan de la Miseria le hizo un retrato. Cuando vio la pintura dijo la Santa:
… Dios te lo perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa.


El abad de la Colegiata de Medina les había hecho unos favores a las descalzas. Y para agradecerle los servicios prestados, la Santa le regaló un cilicio al tiempo que le decía:
… Tome, hijo, que las carmelitas descalzas no tenemos otras dávidas que dar.


En Sevilla levantaron contra la Santa muchos falsos testimonios. Y con humildad serena dijo cuando lo supo:
… Bendito sea Dios, que en esta tierra conocen quien soy, que en otras están engañados y me tratan como ellos piensan que soy, y aquí como merezco.

Santa Teresa de Jesùs



Teresa de Ahumada nació en Ávila, el 28 de marzo de 1515.


Desde sus más breves años comenzó a sentir mística exaltación, y a los 7 años huyó de su casa con un hermano, para ir a buscar martirio.


Vuelta al hogar, a los doce años pasó por el dolor de perder a su madre, lo que la afectó en extremo y pareció decidir su vocación religiosa.


A los 16 años entró en el convento de Santa María de Gracia, llevada por su padre a causa de sus malas frecuentaciones, entre ellas la de una su prima, y de las exageradas lecturas de libros de caballerías.


El tres de noviembre de 1534, a los 19 años de edad, profesó en el convento de la Encarnación de Ávila. Poco después cayó gravemente enferma y su padre la llevó a baños minerales: sentía los primeros síntomas de sus neurosis.


En 1537, en casa de su padre, sufrió un ataque de parasismo, y durante dos años estuvo paralítica.


Curó, y durante bastantes años su fe anduvo bastante entibiada, hasta que volvió al pasado ardor religioso por que, según dice ella, Cristo se le apareció con airado semblante.


Entonces creyó que la causa de su frialdad provenía de su demasiado frecuente trato con seglares, y resolvió reformar la orden del Carmelo, a la cual pertenecía, y fundar religiones de monjas descalzas y enclaustradas.


Hora era de que llegaran estas reformas, pues la orden estaba del todo relajada. En su empresa tuvo grandes dificultades que vencer, pero le ayudaron eficazmente una de sus hermanas, otros parientes, varios señores piadosos y la duquesa de Alba. Sus principales obras son en prosa: amenas unas veces, especiosas otras, son pruebas de que la santa, que tanto se queja en ellas de su falta de letras, era una gran estilista.


En cuanto a sus poesías, fueron compuestas en ciertos momentos de mayor ardor místico, por la que ella decía que la Divinidad se las inspiraba. La última de las que aquí damos, el popular soneto, es también atribuido a San Juan de la Cruz. El espíritu de este soneto parece, en efecto, de la santa, pero su forma parece más bien de su gran amigo.


Santa Teresa murió, después de realizada su obra de reforma, el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años.


*(Antología de los mejores poetas castellanos, Rafael Mesa y López. Londres: T. Nelson,
1912.)

viernes, 14 de noviembre de 2008

Es delicioso leer a Santa Teresa de Jesùs

Es delicioso leer los escritos de santa Teresa, como era delicioso escucharla, que se pasaban sin sentir horas y horas, que transcurrían como un éxtasis.

No era sólo por la amenidad de sus ocurrencias, que fascinaban a los oyentes. Era la constante de unas ideas fenomenales que rebosaban de su propia vida, como chispas de hierro incandescente. Ello hacía que de sus conversaciones salieran todos pensativos, notablemente mejorados, como lo fue el joven médico que la atendió en Burgos, el licenciado Aguiar, «hombre arrojado en sus palabras y decidor de bonísimo entendimiento, a veces mordaz», que con su trato quedó trocado en otro hombre. Él mismo declaró: «Tenía la santa madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir; y menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su con-versación suavísima y muy grave, cuerda y llana. Entre las gracias que ella tuvo, una de ellas fue que lle vaba tras de sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud». Esto decía un médico alegre.

No menos notable era el parecer de un gran fraile descalzo que la acompañaba, fray Pedro de la Purificación, el cual declaraba: «Una cosa me espantaba de la conversación de esta madre, y es que aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, que sucedía ser necesario estar con ella en negocios, así a solas como acompañado, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría,que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedirse de ella».

Podíamos temer que aquello fuese pasado a la historia y que sólo se trataba de recuerdos más o menos afectivos de sus admiradores. Lo interesante es que aquel soberano interés ha quedado plasmado en el papel. Los testigos que la oyeron y la leyeron después, aseguran que entre su estilo hablado y el escrito había una asombrosa identidad. Una amiga, Antonia de Guzmán, hija que fue de doña Guiomar de Ulloa, declaraba: «Le ha acaecido estar leyendo el libro de su Vida y parecerle a esta declarante que oía hablar a la misma santa Teresa de Jesús».

Un obispo, que la trató en Burgos cuando era un muchacho de menos de veinte años, don Pedro de Castro, aseguraba que en sus libros hallaba él hasta el acento de su voz. Decía: «Los que han leído o leyeren sus libros pueden hacer cuenta que oyen a esta santa madre; porque no he visto dos imágenes o dos retratos tan parecidos entre si, por mucho que lo sean, como son los libros escritos y el lenguaje y trato ordinario de la santa madre: aquel en mendarse en algunas ocasiones y decir que no sabe si lo dice como lo ha de decir, y otras cosas a este tono, son todas suyas». Eran quizá las incidencias de la conversación lo que este obispo recordaba. Pero también es cierto que cuando le oía ciertas razones, temblaba como la hoja de un árbol, aun a través de una reja y unos velos, y los cabellos se le espeluznaban de sagrado terror, pensando que en aquella mujer hablaba Dios. Y no era sólo cómo lo decía, sino porque decía tales cosas que revolvían las conciencias.

Afirma el licenciado Aguiar que estando con la madre en compañía del doctor Manso, que la confesaba, éste no cesaba de exclamar entre dientes de forma que Aguiar oyese: «¡Oh, bienaventurada mujer! ¡Oh, ángel del cielo!». Y después hacía comentarios como éste: «Bendito sea Dios, bendito sea Dios: Más quisiera argüir con cuantos teólogos hay que con esta mujer». Y es que hablaba con una desenvoltura escalofriante. A este personaje, sin faltarle jamás al respeto, en una ocasión que le confió haber dejado la oración por miedo, le increpó así: «¡Oh, mal hombre! ¿ Y qué mal le había de hacer, aunque viniera todo el infierno?». Hoy tenemos a mano todos los escritos que ha dejado santa Teresa. Es un placer imaginarse a sus pies leyéndolos como si la escucháramos, si lo hacemos sin prisas y sin mirar el reloj. Su estilo conciso, luminoso, chispeante, con ocurrencias incesantes y distintas, son para pasar horas deliciosas.

Pero comprendo que no siempre hay tiempo ni humor para ponernos así con sus escritos en la mano ni para saborear su contenido ni calibrar toda su fuerza estilística. Para ello se requiere además de atención una cultura mediana que no está al alcance de todos. Los que carecen de tiempo para semejantes placeres, querrían, al menos, recoger sus chispazos, diseminados por todos sus libros, y solazarse con ellos con responsabilidad personal. Tememos ver ante nosotros tantas páginas, tantas palabras, sin saber dónde fijar la vista. Preferiríamos sólo tener la «sensación» de alguna ocurrencia, que nos permitiera pensar por nosotros mismos sin necesidad de seguir leyendo, como si con ello enriqueciéramos nuestra inteligencia con sus ocurrencias geniales.

En efecto, debemos advertir ante todo, que lo más genial de santa Teresa va siempre en forma de «incisos»; o, si se quiere, de «paréntesis». Las deliciosas digresiones con que a veces adorna un discurso, no son precisamente divagaciones, sino eso, chispazos que saltan de un subconsciente siempre activo, arrollador, que es la constante de su fisonomía espirituaL. Tales incisos, como aquel en que define qué es la oración mental, definición hasta ahora jamás igualada, son tan geniales que osamos afirmar que constituyen lo mejor de sus libros. Desde luego, santa Teresa es primorosa en las descripciones de sucesos de que fue testigo, lo es en el razonar convencido sin la menor réplica, y lo es para exponer causas y causas de una determinación cualquiera. Pero esto, más o menos, es común a todos los escritores con mayor o menor gracejo. Mas los incisos geniales que salpican las páginas teresianas, donde se despachan las verdades más tremendas e incisivas, capaces de dejar pensativa a una persona para todo el resto de su vida, esos incisos, sí forman el sello exclusivo de santa Teresa y de su estilo inimitable; tan inimitable que para hacer un remedo del mismo habría que asimilarse de antemano todo lo que ella almacenó en su idiosincrasia dándole exclusiva personalidad. Y la personalidad es tan exclusiva que si fuese comunicable dejaría de ser personalidad.

Poner personalidad en un estilo es lo más teresiano y peculiar de sus escritos, escritos que su frescura y originalidad asombraron al propio maestro fray Luis de León, que aseguraba que «el castellano de la madre es la mesma elegancia». Se puede remedar a Cervantes, a Góngora, a Calderón de la Barca, de forma que cueste trabajo discernir qué cosas son originales o añadidas.

Remedar a santa Teresa es la tarea más dificil e ingrata. Es el personaje más inimitable de toda la literatura española. Conseguir una imitación lograda equivale a absorber su genial personalidad, o mejor, llegar a ser tan genial como ella lo fue.


FRAY EFRÉN DE LA MADRE DE Dios, O.C.D.