jueves, 27 de noviembre de 2008

La lucha interior de Santa Teresa de Jesùs



SU PERFECCIÓN EVANGÉLICA

Desde su nuevo ingreso en el convento hasta los años de la reforma de la Orden del Carmelo su vida transcurre en el ambiente monástico, dada a la oración y a la meditación. En sus escritos, la santa madre señala sus grandes luchas por alcanzar la perfección, y en esta guisa su rigor moral la hace acusarse de todo aquello que no sea acercarse a Dios, llegando a desorbitar sus acusaciones y sus censuras, tan humildes como exageradas. Para ajustarnos a la autenticidad de aque­lla época de su vida recurrimos al testi­monio del R. P. Domingo Báñez, que, como confesor que fué suyo muchos años, conocía bien su vida; testimonio que figu­ra en el artículo segundo del acta del proceso de beatificación y canonización hecho en Salamanca. Dice así: "En la vida que hizo en la Encarnación, en su mocedad no entiende que hubiese otras faltas en ella más de las que comúnmen­te se hallan en semejantes religiosas que se llaman mujeres de bien, y que en aquel tiempo, que tiene por cierto se señaló siempre en ser grande enfermera y tener más oración de la que comúnmente se usa, aunque por su buena gracia y donaire ha oído decir que era visitada de muchas personas de diferentes estados; lo cual ella lloró toda la vida, después que Dios la hizo merced de darle más luz y ánima para tratar de la perfección en su estado. Y esto lo sabe, no sólo por haberlo oído decir a otros que antes la habían tratado, sino también por relación de la misma Teresa de Jesús.

"En materia de honestidad — insistimos—la santa fué de un rigor extremado; y cuantos trataron de cerca a la mística doctora coinciden en ello. Su vida fué de una progresiva y bien cimentada perfec­ción evangélica. Caritativa con todas y en especial con las enfermas, pues la santa, como enferma, sabe y comprende que uno de los más expresivos testimonios del amor a Dios está en extremar la ca­ridad con el que sufre. Era muy respe­tuosa y amable con todos, obediente con los superiores; de aquí que su fama de mujer inteligente trascendiera más allá de los muros del convento de la Encarnación y adquiriese fama de gran con­versadora. En aquellos tiempos los con­ventos tenían mucha comunicación con el exterior; puede decirse que al locutorio, atraídos por las bondades de la madre Teresa de Jesús, iban gran parte de la buena y culta sociedad de Ávila, que acudían a las religiosas por las causas más leves y los pretextos más fútiles. Se comprenden fácilmente estas expansiones, que si Santa Teresa señala como perjudicia­les para las religiosas de vida contemplativa, no cabe duda que son de in gran beneficio moral para las gentes que acu­dían a ellas.

Las religiosas, no sujetas en aquella época a clausura papal, salían allí donde los superiores les encomendaban alguna misión. Por este motivo el reverendo Padre provincial del Carmen, conocedor de las virtudes que adornaban a la madre Teresa de Jesús, la encargó se trasladase, en compañía de otras religiosas, a la ciudad de Toledo para acompañar a doña Luisa de la Cerda, señora de la más ran­cia nobleza, que lloraba la muerte de su esposo, don Arias Pardo de Saavedra, mariscal de Castilla. Es de señalar que, entre más de ciento treinta religiosas que tenia la Encarnación, el reverendo padre provincial encomendó tan delicada misión a la santa madre; misión para la que se requerían unas excepcionales cualidades intelectuales, rectitud moral y gran tacto y conocimiento de las gentes, pues había de vivir una larga temporada en la casa de doña Luisa de la Cerda y de otras señoras no menos aristocráticas. Cumplió su cometido a plena satisfacción, y su carácter afable supo conquistar el afecto de cuantos la conocieron, especialmente la viuda de don Arias Pardo, que la tomó gran cariño y la prestó una excelente ayuda en la reforma del Carmelo. Es indudable que este trato espiritual dió sus frutos, unos magníficos frutos de apos­tolado por la dulzura y encanto de su palabra, y cimentó una amistad solemne.

En el testimonio de don Juan Carrillo, secretario del obispo de Ávila, en las informaciones de Madrid del año 1595, de su proceso de beatificación y canonización, se ensalzan estas virtudes de la santa. "Muchas veces oyó este testigo a la dicha madre Teresa de Jesús tratar de Nuestro Señor con un amor y un fervor tan grande que ganaba a quien la oía y incendia grandes deseos de agradar a Dios. Y de la oración decía tan altas co­sas y tan conformes al dictamen de la razón, que admiraban a cualquiera grande entendimiento y dejaba en él una satisfacción muy grande de que aquéllos eran del Cielo y que el Espíritu Santo alumbrara aquella alma, y ansí fueron infinidad de ellas las que redujo... Porque la fuerza que tenía en decir en esta parte parecía más que humana, y era con tanta suavidad y caridad que atraía a cuantos la hablaban...

"De vuelta nuevamente a su convento en Ávila, su padre enferma de considera­ción y muere días más tarde. La madre Teresa de Jesús le asiste durante toda su enfermedad, pues la clausura no les impedía abandonar su sede religiosa por motivos altamente justificados, previamente autorizadas por la Superioridad. Por este motivo don Alonso de Cepeda se vió asistido en los últimos momentos de su vida por la más entrañablemente amada de sus hijas.

Parece ser que don Alfonso de Cepeda murió el 24 de diciembre de 1543. No se sabe el lugar donde fué enterrado; algunos biógrafos afirman que en la iglesia de San Francisco, hoy arruinada, sin que este fundamento sea muy sólido. A mediados del siglo xvii se examinó la se­pultura en que se decía descansar el pa­dre de la santa madre y se comprobó que pertenecía a un hermano de don Alonso de Cepeda enterrado con su mujer, cuyo apellido coincidía con los de su segunda esposa, doña Beatriz. Es probable que los restos de don Alonso de Cepeda fueran a reposar con los de su esposa, doña Beatriz, en la parroquia de San Juan, pues ésta era entonces la costumbre.

Contaba a la sazón la santa veintiocho años. Su vida discurre en esa ascendente progresión en la vida perfecta. Es el pór­tico de la santidad lo que ya alcanza la monja abulense, después de más de doce años de oración, de meditación, de ele­var su pensamiento a Dios. La joven Te­resa de Ahumada se hace mujer, su inteligencia madura y su santidad crece. Es el temple de la recia mujer castellana que, con la sola fuerza tremenda de su ora­ción, supo hallar refugio en el amor de Cristo.

*fuente: Santa Teresa de Jesús.com

martes, 25 de noviembre de 2008

Sobre las obras de Santa Teresa de Jesús


La obra de Santa Teresa de Jesús refleja, simultánea o consecutivamente, las vivencias de un misticismo ardiente, como el que recorre el Castillo interior o las Moradas, y la dura actividad cotidiana que muestra el Libro de la vida; los éxtasis o arrobamientos del Camino de perfección o los Conceptos del amor de Dios, y la concreción de los asuntos mundanos del Libro de las constituciones, que también se trasluce en el cerrado organigrama de los nuevos conventos, recogido en el Libro de las fundaciones.

Su vida marcó una época, porque, en un mundo dominado por los hombres, defendió el derecho de la mujeres a desarrollar su propia personalidad; de ese empeño convenció a sus mejores contemporáneos: fray Luis de León, San Juan de la Cruz, San Francisco de Borja, fray Juan de Ávila, el padre y profesor Domingo Báñez, el inquisidor Quiroga..., incluso a Felipe II. Y a pesar de los desprecios e insultos, viajó por toda España con idéntico espíritu que al principio y renovada ilusión.
*fuente: Cervantes Virtual

lunes, 24 de noviembre de 2008

Éxtasis de Santa Teresa de Jesús



En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.

Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.

El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.

El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.

Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.

San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Jesús


Sólo alguien que conociera por experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenarla, garantizarla, devolverle la paz.
Este santo varón fue san Pedro de Alcántara. «Enseguida vi que me entendía por experiencia, que era lo que yo necesitaba». «Quedamos muy amigos».
Es admirable la Providencia que acude en ayuda de Teresa. ¿Cuántos extáticos habría en España en aquellos tiempos? ¿Uno? Pues ese llega a consolar a Teresa en el momento necesario. Más adelante volverá para convencer al obispo de Ávila de que apruebe su fundación.
Su intervención fue necesaria y decisiva, porque don Álvaro de Mendoza se había cerrado en banda: no quería admitir la fundación. A pesar de haberle escrito fray Pedro, su decisión se mantuvo inexpugnable. Pero el amor de fray Pedro era más fuerte que la terquedad del Obispo y enfermo como estaba, se levantó de la cama, y quiso que le llevaran cabalgando en un borriquillo a El Tiemblo, donde estaba el Obispo.
Le acompañaron Gonzalo de Aranda y Francisco de Salcedo. «Los que de veras aman a Dios todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden». La sangre y la vida darán por ayudar las obras de Dios».
Es la piedra de toque que patentiza si se busca a Dios o el prestigio propio y la imagen que por nada del mundo se quiere arriesgar.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Las tres grandes virtudes de Santa Teresa de Jesús



El amor, principal fuerza de cohesión para todo ser humano, se expresa en la comunidad en la comprensión, el cariño, la amistad y el servicio, prestados desde la gratuidad y que, son recíprocos y exigentes, pero gratificantes. Amor de unas con otras, “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar” (CP 6,4) que sabe compartir desde los niveles más profundos de la persona, especialmente lo relativo a la fe y a la vivencia de la gracia vocacional. Amor que trasciende la propia comunidad, y se abre a la universalidad eclesial.


El desasimiento es fuente de libertad y señorío, excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, tanto en lo material como en las relaciones interpersonales. El egoísmo repliega sobre sí mismo, el amor dilata y engrandece, por eso solamente el amor es capaz de compartir. La persona desprendida no pone el acento en nada, porque ha optado por el “Todo”. En frase de la Santa: “sólo Dios basta” (Poesías) y ésta no es una frase excluyente sino más bien sintetizante porque en Dios lo halla todo. Posee el mayor bien: su relación personal con el Señor, donde encuentra toda su riqueza y felicidad.


La Humildad de la que trata la Santa nada tiene de minusvaloración personal, conoce y acepta sus limitaciones pero tiene clara conciencia de los bienes naturales y sobrenaturales que posee, nada se apropia, pues sabe que todo es don recibido de Dios. La humildad pone cada ser y cada cosa en relación con la Persona de Jesús. Conocida es la frase de la Santa “humildad es andar en verdad” (MVI 10,7). La humildad verdadera cede el protagonismo enteramente a Dios porque sabe que la orientación y el rumbo de su vida pertenecen al Señor. Sabe desconfiar de sí porque ha puesto su entera confianza en el Señor de su vida.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Iconografía de Santa Teresa de Jesùs



Iconografía: de entre sus contemporáneos, Santa Teresa es una de las pocas que tuvo su retrato directo, realizado por Fray Juan de la Miseria, en Sevilla, en 1570.

Por lo tanto esta imagen es la más fiel que se tiene de la Santa.

Luego otros artistas han preferido idealizar su figura, perdiendo así el verdadero carácter de Teresa.

A Santa Teresa se la representa con el hábito marrón y la capa blanca corta propios de las Carmelitas Descalzas.

Sus atributos son el libro y la pluma, por ser escritora.

Cuando se la reconoce como Doctora de la Iglesia se le agrega la muceta blanca y el birrete.

martes, 18 de noviembre de 2008

Santa Teresa la grande



Monja andariega y abadesa andante
Que en el servicio de Nuestra Señora
Alanceabas molinos y carneros;
Tú, princesa y fregona y mendicante,
Tú, que sabías acertar la hora
En que Dios fiscaliza los pucheros;
Tú, que después, hablando mano a mano,
Te quedabas con El de sobremesa.


Y era casi tu hermano
Aquel que te llenaba la cabeza
De angelerías y de fundaciones.


Y luego te partías
A predicar canciones y razones
Como jugando a las postrimerías;
Teresa de Jesús, tú que supiste
Sobrellevar el éxtasis y el dardo,
Glorioso el pecho y la mirada triste,
Trémula el alma y el andar gallardo;


Tú, la de la Divina
Paloma que al oído te dictaba
Sus lecciones de amor y de doctrina
Y de consuelo musical, en tanto.


La nube dibujaba
Un atril de marfil para tu canto;
Tú, señora de toda gentileza,
Acógeme a tu abrigo,
Teresa de Jesús, Madre Teresa,
No me dejes estar solo conmigo.



*Ignacio B. Anzoátegui

lunes, 17 de noviembre de 2008

Anecdotario de Santa Teresa de Jesùs


Estaba un día con Isabel de Santo Domingo. En un momento de la conversación le dijo Santa Teresa:
… Sepa que la quiero tanto porque se me parece mucho…
(y sor Isabel comenzó a alborozarse)
… en lo malo, en lo malo…,
concluyó la santa.


Tras recibir permiso para fundar conventos de frailes, Santa Teresa persuadió a fray Antonio de Jesús y a fray Juan de la Cruz para que hicieran carmelitas descalzos. Y como fray Juan de la Cruz era pequeño de cuerpo, solía decir con mucha gracia:
… Bendito sea Dios, que tengo para la fundación de mis descalzos fraile y medio.


Hablando en el locutorio de la Encarnación con fray Juan de la Cruz, muchas veces se arribaron (levitaron) los dos. En cierta ocasión se levantó fray Juan para resistir el ímpetu del Espíritu. Dijo la Santa:
… No se puede hablar de Dios con mi padre fray Juan porque luego se traspone o hace trasponer.


Supo la Santa que el padre Gracián andaba en Ávila indagando la nobleza de sangre de sus padres y, enojada, dijo:
… Padre, a mí me basta ser hija de la Iglesia y me pena más haber hecho un pecado venial que descender de los más viles hombres del mundo.


En la fundación de Burgos hubo recias contradicciones. El arzobispo se oponía admitir fundación tan pobre. La Santa replicó:
… No temo qué les ha de faltar a mis hijas, sino lo que les ha de sobrar.


Se acongojaba si la tenían por santa:
… Después de muerta me han de dejar en el purgatorio hasta el juicio, porque, creyendo que soy santa, no me han de encomendar a Dios.


Fray Juan de la Miseria le hizo un retrato. Cuando vio la pintura dijo la Santa:
… Dios te lo perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa.


El abad de la Colegiata de Medina les había hecho unos favores a las descalzas. Y para agradecerle los servicios prestados, la Santa le regaló un cilicio al tiempo que le decía:
… Tome, hijo, que las carmelitas descalzas no tenemos otras dávidas que dar.


En Sevilla levantaron contra la Santa muchos falsos testimonios. Y con humildad serena dijo cuando lo supo:
… Bendito sea Dios, que en esta tierra conocen quien soy, que en otras están engañados y me tratan como ellos piensan que soy, y aquí como merezco.

Santa Teresa de Jesùs



Teresa de Ahumada nació en Ávila, el 28 de marzo de 1515.


Desde sus más breves años comenzó a sentir mística exaltación, y a los 7 años huyó de su casa con un hermano, para ir a buscar martirio.


Vuelta al hogar, a los doce años pasó por el dolor de perder a su madre, lo que la afectó en extremo y pareció decidir su vocación religiosa.


A los 16 años entró en el convento de Santa María de Gracia, llevada por su padre a causa de sus malas frecuentaciones, entre ellas la de una su prima, y de las exageradas lecturas de libros de caballerías.


El tres de noviembre de 1534, a los 19 años de edad, profesó en el convento de la Encarnación de Ávila. Poco después cayó gravemente enferma y su padre la llevó a baños minerales: sentía los primeros síntomas de sus neurosis.


En 1537, en casa de su padre, sufrió un ataque de parasismo, y durante dos años estuvo paralítica.


Curó, y durante bastantes años su fe anduvo bastante entibiada, hasta que volvió al pasado ardor religioso por que, según dice ella, Cristo se le apareció con airado semblante.


Entonces creyó que la causa de su frialdad provenía de su demasiado frecuente trato con seglares, y resolvió reformar la orden del Carmelo, a la cual pertenecía, y fundar religiones de monjas descalzas y enclaustradas.


Hora era de que llegaran estas reformas, pues la orden estaba del todo relajada. En su empresa tuvo grandes dificultades que vencer, pero le ayudaron eficazmente una de sus hermanas, otros parientes, varios señores piadosos y la duquesa de Alba. Sus principales obras son en prosa: amenas unas veces, especiosas otras, son pruebas de que la santa, que tanto se queja en ellas de su falta de letras, era una gran estilista.


En cuanto a sus poesías, fueron compuestas en ciertos momentos de mayor ardor místico, por la que ella decía que la Divinidad se las inspiraba. La última de las que aquí damos, el popular soneto, es también atribuido a San Juan de la Cruz. El espíritu de este soneto parece, en efecto, de la santa, pero su forma parece más bien de su gran amigo.


Santa Teresa murió, después de realizada su obra de reforma, el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años.


*(Antología de los mejores poetas castellanos, Rafael Mesa y López. Londres: T. Nelson,
1912.)

viernes, 14 de noviembre de 2008

Es delicioso leer a Santa Teresa de Jesùs

Es delicioso leer los escritos de santa Teresa, como era delicioso escucharla, que se pasaban sin sentir horas y horas, que transcurrían como un éxtasis.

No era sólo por la amenidad de sus ocurrencias, que fascinaban a los oyentes. Era la constante de unas ideas fenomenales que rebosaban de su propia vida, como chispas de hierro incandescente. Ello hacía que de sus conversaciones salieran todos pensativos, notablemente mejorados, como lo fue el joven médico que la atendió en Burgos, el licenciado Aguiar, «hombre arrojado en sus palabras y decidor de bonísimo entendimiento, a veces mordaz», que con su trato quedó trocado en otro hombre. Él mismo declaró: «Tenía la santa madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir; y menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su con-versación suavísima y muy grave, cuerda y llana. Entre las gracias que ella tuvo, una de ellas fue que lle vaba tras de sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud». Esto decía un médico alegre.

No menos notable era el parecer de un gran fraile descalzo que la acompañaba, fray Pedro de la Purificación, el cual declaraba: «Una cosa me espantaba de la conversación de esta madre, y es que aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, que sucedía ser necesario estar con ella en negocios, así a solas como acompañado, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría,que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedirse de ella».

Podíamos temer que aquello fuese pasado a la historia y que sólo se trataba de recuerdos más o menos afectivos de sus admiradores. Lo interesante es que aquel soberano interés ha quedado plasmado en el papel. Los testigos que la oyeron y la leyeron después, aseguran que entre su estilo hablado y el escrito había una asombrosa identidad. Una amiga, Antonia de Guzmán, hija que fue de doña Guiomar de Ulloa, declaraba: «Le ha acaecido estar leyendo el libro de su Vida y parecerle a esta declarante que oía hablar a la misma santa Teresa de Jesús».

Un obispo, que la trató en Burgos cuando era un muchacho de menos de veinte años, don Pedro de Castro, aseguraba que en sus libros hallaba él hasta el acento de su voz. Decía: «Los que han leído o leyeren sus libros pueden hacer cuenta que oyen a esta santa madre; porque no he visto dos imágenes o dos retratos tan parecidos entre si, por mucho que lo sean, como son los libros escritos y el lenguaje y trato ordinario de la santa madre: aquel en mendarse en algunas ocasiones y decir que no sabe si lo dice como lo ha de decir, y otras cosas a este tono, son todas suyas». Eran quizá las incidencias de la conversación lo que este obispo recordaba. Pero también es cierto que cuando le oía ciertas razones, temblaba como la hoja de un árbol, aun a través de una reja y unos velos, y los cabellos se le espeluznaban de sagrado terror, pensando que en aquella mujer hablaba Dios. Y no era sólo cómo lo decía, sino porque decía tales cosas que revolvían las conciencias.

Afirma el licenciado Aguiar que estando con la madre en compañía del doctor Manso, que la confesaba, éste no cesaba de exclamar entre dientes de forma que Aguiar oyese: «¡Oh, bienaventurada mujer! ¡Oh, ángel del cielo!». Y después hacía comentarios como éste: «Bendito sea Dios, bendito sea Dios: Más quisiera argüir con cuantos teólogos hay que con esta mujer». Y es que hablaba con una desenvoltura escalofriante. A este personaje, sin faltarle jamás al respeto, en una ocasión que le confió haber dejado la oración por miedo, le increpó así: «¡Oh, mal hombre! ¿ Y qué mal le había de hacer, aunque viniera todo el infierno?». Hoy tenemos a mano todos los escritos que ha dejado santa Teresa. Es un placer imaginarse a sus pies leyéndolos como si la escucháramos, si lo hacemos sin prisas y sin mirar el reloj. Su estilo conciso, luminoso, chispeante, con ocurrencias incesantes y distintas, son para pasar horas deliciosas.

Pero comprendo que no siempre hay tiempo ni humor para ponernos así con sus escritos en la mano ni para saborear su contenido ni calibrar toda su fuerza estilística. Para ello se requiere además de atención una cultura mediana que no está al alcance de todos. Los que carecen de tiempo para semejantes placeres, querrían, al menos, recoger sus chispazos, diseminados por todos sus libros, y solazarse con ellos con responsabilidad personal. Tememos ver ante nosotros tantas páginas, tantas palabras, sin saber dónde fijar la vista. Preferiríamos sólo tener la «sensación» de alguna ocurrencia, que nos permitiera pensar por nosotros mismos sin necesidad de seguir leyendo, como si con ello enriqueciéramos nuestra inteligencia con sus ocurrencias geniales.

En efecto, debemos advertir ante todo, que lo más genial de santa Teresa va siempre en forma de «incisos»; o, si se quiere, de «paréntesis». Las deliciosas digresiones con que a veces adorna un discurso, no son precisamente divagaciones, sino eso, chispazos que saltan de un subconsciente siempre activo, arrollador, que es la constante de su fisonomía espirituaL. Tales incisos, como aquel en que define qué es la oración mental, definición hasta ahora jamás igualada, son tan geniales que osamos afirmar que constituyen lo mejor de sus libros. Desde luego, santa Teresa es primorosa en las descripciones de sucesos de que fue testigo, lo es en el razonar convencido sin la menor réplica, y lo es para exponer causas y causas de una determinación cualquiera. Pero esto, más o menos, es común a todos los escritores con mayor o menor gracejo. Mas los incisos geniales que salpican las páginas teresianas, donde se despachan las verdades más tremendas e incisivas, capaces de dejar pensativa a una persona para todo el resto de su vida, esos incisos, sí forman el sello exclusivo de santa Teresa y de su estilo inimitable; tan inimitable que para hacer un remedo del mismo habría que asimilarse de antemano todo lo que ella almacenó en su idiosincrasia dándole exclusiva personalidad. Y la personalidad es tan exclusiva que si fuese comunicable dejaría de ser personalidad.

Poner personalidad en un estilo es lo más teresiano y peculiar de sus escritos, escritos que su frescura y originalidad asombraron al propio maestro fray Luis de León, que aseguraba que «el castellano de la madre es la mesma elegancia». Se puede remedar a Cervantes, a Góngora, a Calderón de la Barca, de forma que cueste trabajo discernir qué cosas son originales o añadidas.

Remedar a santa Teresa es la tarea más dificil e ingrata. Es el personaje más inimitable de toda la literatura española. Conseguir una imitación lograda equivale a absorber su genial personalidad, o mejor, llegar a ser tan genial como ella lo fue.


FRAY EFRÉN DE LA MADRE DE Dios, O.C.D.


jueves, 13 de noviembre de 2008

Las cartas más íntimas de Santa Teresa de Jesús



Ávila, principios de mayo de 1573. A la madre Inés de Jesús, en Medina: "Mi hija: mucho me pesa de la enfermedad que tiene la hermana Isabel de San Jerónimo. Ahí las envío al padre fray Juan de la Cruz para que las cure, que le ha hecho Dios merced de darle gracia para echar los demonios de las personas que los tienen. Ahora acaba de sacar aquí en Ávila de una persona tres legiones de demonios, y les mandó en virtud de Dios le dijesen su nombre, y al punto obedecieron."
Toledo, 10 de febrero de 1577. A don Lorenzo de Cepeda, en Ávila: "En el dormir vuestra merced, digo –y aun mando– que no sean menos de seis horas. Mire que es menester, los que hemos ya edad, llevar estos cuerpos para que no derroquen el espíritu, que es terrible trabajo. No puede creer el disgusto que me da estos días, que ni yo oso rezar ni leer, aunque, como digo, estoy ya mejor; mas quedaré escarmentada, yo se lo digo. Y así haga lo que le mandan, que con eso cumple con Dios (...). No piense le hace Dios poca merced en dormir tan bien, que sepa es muy grande. Y torno a decir que no procure que se le quite el sueño, que ya no es tiempo de eso (...). Así que ahora tenga paciencia, que siempre suele Dios traer tiempos para cumplir los buenos deseos, y así hará a vuestra merced (...)".
Malagón, finales de enero de 1580. Al padre Jerónimo Gracián, en Alcalá: "Yo digo a vuestra merced que aquí hay una gran comodidad para mí que yo he deseado hace muchos años; que aunque el natural se halla solo sin lo que le suele dar alivio, el alma está descansada. Y es que no hay más memoria de Teresa de Jesús que si no fuese en el mundo. Esto me ha de hacer no procurar irme de aquí, si no me lo mandan, porque me veía desconsolada algunas veces de oír tantos desatinos, pues allá, diciendo que es una santa, lo ha de ser sin pies ni cabeza. Ríense porque yo digo que hagan allá a otra, que no les cuesta más de decirlo."
Malagón, 1 de febrero de 1580. A la madre María de San José, en Sevilla: "El vestirse túnica en verano es cosa de disparate. Si me quiere hacer placer, llegando éste se la quite, aunque más se mortifique: pues todas entienden su necesidad, no se desedificarán. Con nuestro Señor cumplido tiene, pues lo hace por mí. Y no haya otra cosa, que ya yo he probado el calor de ahí, y vale más estar para andar en la comunidad que tenerlas a todas enfermas. Aun para las que viera que tienen necesidad también lo digo (...)."
Toledo, 8 de mayo de 1580. A doña María Enríquez de Toledo, duquesa, en Alba: "Estoy considerando las romerías y oraciones en que vuestra excelencia andará ocupada ahora y cómo muchas veces le parecerá era vida más descansada la prisión. ¡Oh, válgame Dios, qué vanidades son las de este mundo y cómo es lo mejor no desear descanso ni cosa de él, sino poner todas las que no tocaran en las manos de Dios, que Él sabe mejor lo que nos conviene que nosotros lo pedimos!"


*Rafael M. Mérida

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Santa Teresa y la Sagrada Escritura



Una de las razones de la riqueza y actualidad de la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús es su profundo talante bíblico.


Son innumerables las citas explícitas que hace de la Biblia, las constantes alusiones a la Escritura, las llamativas intuiciones hermenéuticas con que se acerca a los textos y el sugestivo uso que hace de los pasajes y de los personajes bíblicos para explicar actitudes de vida o para iluminar sus propias experiencias espirituales. “La Biblia se adhiere a su vida y a su mensaje. Penetra una y otro saturándolos.


Al escribir 'las cosas de espíritu', la Palabra de Dios le fluye con la misma sencillez que abundancia. Como le mana su misma vida. Textos, tipologías, evocaciones, reminiscencias bíblicas se agolpan sobre su pluma en el momento preciso, como a presión de la vida que lleva dentro, con toda la carga de vibraciones y resonancias y luminosidad que la Palabra de Dios le produce” [M. Herraiz, “La Palabra de Dios en la vida y pensamientos teresianos”, Teología Espiritual 28 (1979) 53].


Es doblemente sorprendente el lugar que ocupa la Biblia en la vida y la doctrina de Santa Teresa cuando la enmarcamos en su tiempo. Ella no tuvo la oportunidad de realizar un estudio profundo de la Biblia y ni siquiera la conoció íntegramente. Su condición de mujer en aquella época era una limitación muy grande. Ella misma confiesa: “Por lo demás basta ser mujer para caérseme las alas” (V 10,8).


Mujer sin letras. No realiza labor de teólogo cuando escribe sino que sencillamente narra la historia que Dios va tejiendo en su propia vida y desde allí intuye unos caminos y unos criterios luminosos y válidos también para otros. Y aun cuando lo hace magistralmente, en más de una ocasión manifiesta su deseo de poder manejar categorías bíblicas nuevas que le permitan expresar mejor lo que vive y siente su alma. Al final de Las Moradas exclama: “¡Oh, Jesús! Y ¡quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma!” (7M 3,13; cf. C 19,3).


En Teresa de Jesús la Escritura es palabra viva. Se funde armoniosamente con su vida, como dos palabras pronunciadas por el mismo Dios. Con naturalidad constata que lo narrado en la Biblia "me parece lo veo al pie de la letra en mí". Con gozo exclama que la lectura de los textos bíblicos "me aprovechó mucho", "me consoló mucho", "me ponía esfuerzo". Biblia y vida aparecen en Teresa como dos ríos que brotan de la misma fuente divina. Dios mismo fue para ella "el libro verdadero adonde he visto las verdades".


La Biblia es también una luz que ilumina su experiencia de fe y su proceso espiritual. No quiere apartarse ni un "tantico" de lo que dice la Biblia, en donde se le ha revelado la Verdad de Dios. Quisiera conocer más de la Biblia "para dar a entender" el camino espiritual. Se acerca a la Biblia para entender su vida y desde su vida entiende la Biblia. Sus intuiciones hermenéuticas son sorprendentes, sobre todo si pensamos en el momento histórico que vivió. Como fruto de su experiencia mística, de su vida profundamente arraigada en la verdad, de su maravilloso sentido común y de su gran amor a la Iglesia, nos ofrece una serie de normas de lectura de la Biblia que coinciden en mucho con las reconocidas por la Iglesia en el Vaticano II. Santa Teresa de Jesús es un verdadero testigo de la fuerza y de la luz de la Sagrada Escritura.


Una mujer, hija de su tiempo, que sufrió muchas veces la ausencia de la Biblia. Pero que por su amor a la Palabra de Dios no se dejó condicionar por el momento histórico que vivió, ni por las estructuras eclesiásticas de su época. Teresa nos ha dejado el testimonio de una existencia iluminada y explicada por la Palabra de Dios.


*P. Silvio José Báez, o.c.d.

martes, 11 de noviembre de 2008

Teresa de Jesús, la castellana



Si no hubiera habido más mujeres castellanas en Castilla que ésta, sería suficiente, pero las hubo, las hay, a raudales. Teresa es de Ávila y Ávila es de Teresa, o si me lo permiten, Ávila es Teresa. Camino por los pueblos de Castilla, por los de Ávila sobre todo, contemplo el semblante de los mujeres y es teresa de Jesús la que me viene a mente. Quizá esta mujer se ha reencarnado en todas las castellanas de todos los tiempos, aún inclusive de los tiempos antes de ella, y ahí están, para confirmarlo.


Hay quien asegura que Teresa de Ávila nació santa, y les mentira. Tuvo que andar su camino para lograrlo y, además, sin que ella lo sospechara, que es cuando uno va acercándose a eso que llaman santidad, a eso que llaman más o menos perfección. Quiso ser mártir siendo niña, lo cual no es ninguna garantía, sobre todo cuando se envicia uno en la lectura de vidas de santos a imitar.

Quiso ser mártir y se aventuró a que los moros la decapitaran, pero su osadía, arropada por la imaginación de su hermano Rodrigo, no cruzó ni siquiera el Adaja para cruzar el puente que la empujaba hacia la ciudad. Se quedó, dicen, en los Cuatro Postes, ese mirador abulense para contemplar la ciudad sin atravesar el río.


Lo que me asombra de esta mujer es su temple, su temperamento, su estar siempre en el lugar apropiado, bien fuera entre pucheros, entre los que también se encuentra Dios, o arrebatada místicamente. Aunque dice que las novelas de caballería terminaron llevándola por la mala vida, que siempre es un decir, sospecho que teresa de Ávila es de la misma catadura que Don Quijote, obnubilado por la creencia. Son gigantes los molinos de viento porque sí, y son ejércitos los rebaños de merinas porque también.


Mujer penitente, mujer creadora, mujer cazadora, mujer cultivadora, mujer inventiva, mujer corredora de caminos, mujer de pluma fácil, de pluma difícil porque no es nada fácil cuando una pluma se aventura a plasmar las experiencias místicas, sobre todo si de experiencias amorosas se trata. ¿Quién puede escribir por ejemplo: Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero, que no sea ella, una persona enamorada del único amor posible? ¡O imposible!.


Teresa, como siempre, es una revolucionaria en su tiempo sobre las cosas religiosas, las más complicadas a la hora de revolucionar. Los conventos no le parecían tales, y las manías en ellos acostumbradas, menos. De ahí que se dio a la tarea de hacer de los monasterios algo que mereciera la pena. Si teresa de Ávila no hubiese sido castellana tendría que inventarse Castilla para que lo fuera. Es lo que ocurre con esta tierra, que de ella nacemos y no nos queda más remedio que ser eso a lo que ella nos empujar. Diferencias entre El Cid, o Don Quijote o Teresa de Jesús hay que anotarlas siempre con suspicacia.Guardo gran admiración por esta castellana de Ávila sobre todo por ser andariega, por regar su empuje a diestra y siniestra, por hacer de la vida algo que mereciera la pena.


Las noches oscuras, haylas, pero también los esplendores de la visión. Ocurrencias incomprendidas, muchas, y trabas para llevarlas a cabo incontables. Solamente el tiempo da la razón a quien la tiene y no la autoridad.


Me quedo con la Teresa escritora porque de su lírica aflora un mundo de amor que no resulta sencillo adivinar. Me quedo con esta castellana de a pie, doctora posterior de la iglesia sin que la universidad le concediera título. Me quedo con la castellana de Ávila por ser del mismo temple de sus murallas y por haber logrado que esas calles estrechas se convirtieran en anchura. Me quedo con esta Teresa porque todavía logra verla en los rostros de estas mujeres con empuje que no pueden ser de otra manera.


*Adolfo Carreto

viernes, 7 de noviembre de 2008

La alegría y Santa Teresa de Jesús




Todos sabemos que cantar es cuestión de enamorados. Sería interminable la lista si hacemos un recuento de los que han expresado sus sentimientos a través de la música. Nos parece que la guitarra -que tiene alma de mujer- simboliza muy bien la alegría, la presencia de ánimo con la que Teresa de Jesús se enfrentaba a la vida, no sólo con serenidad, sino con buen humor, con gozo.

Si tenemos oportunidad de conocer los museos donde se exhiben las reliquias de la Santa, tendremos la sorpresa de encontrarnos con las castañuelas, el, tambor, la flauta... y es que Teresa era muy amiga de la fiesta, le gustaba componer canciones, animaba a todos, vivía feliz. No aguantaba caras largas, ni dramas gratuitos; ni la tristeza ni la melancolía tenían cabida en su comunidad, en su ambiente.

Teresa hizo del humor una postura ante la vida. Se entretiene cuando redacta sus cartas, contando detalles muy humanos, muy graciosos; como cuando le comparte al Padre Jerónimo Gracián las aventuras de Isabelita (hermana pequeña del Padre) lo que hizo por ella. Después de comunicarle algunos adelantos, dice textualmente:

«Sólo tengo un trabajo, que no sé cómo ponerle la boca, porque la tiene muy rígida y se ríe muy fríamente y siempre se anda riendo. Una vez le hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad... No lo cuente a nadie pero gustaría que viese el trabajo que traigo en ponerle la boca, creo que cuando sea mayor no será tan fría, al menos no lo es en los dichos. Aquí le he pintado a su hermana, no piense que le miento y en fin, porque se ría se lo he dicho».

Teresa de Jesús, mujer jovial, atractiva, tenía siempre a la mano el salero del buen humor. Y lo utilizaba con dosis convenientes:

En las correcciones, un poquito de ironía: «Si con leer sus reglas me canso, ¿qué hiciera si las tuviera que guardar...?»

En los desalientos, una risa franca: «Si haces cruces de nada, vivirás crucificada».

Ante los problemas, una sonrisa en los ojos: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa...»

Con los grandes señores, no perdía su dignidad serena: «¿Qué se me da a mí de los reyes y señores? No quiero sus rentas ni tenerlos contentos».

Ante la gente no valorada, les abría su corazón. «Nos consuela más quejarnos a los que sabemos nos aman».

Tuvo buen humor hasta con Dios. Recordemos aquella escena cuando estaba limpiando la Capilla y se cayó. Le dolía mucho el brazo, lo tenía fracturado. Entonces la Santa vuelve su mirada al Sagrario y le pregunta al Señor:

_ ¿Por qué te portas así, Jesús?
_ "Teresa, así trato a mis amigos,"
_ Pues por eso tienes tan pocos...

Teresa de Jesús se ríe, critica, corrige, bromea, siempre con una pizca de comprensión, de amabilidad. Gracias a su buen humor se ganaba a la gente, salía adelante de los problemas más duros, se sentía libre ante los comentarios negativos, se reía hasta de los contratiempos que tuvo como fundadora. Nos enseña suavemente que no hay cosa tan seria, ni noticia tan dura que no pueda decirse con una sonrisa.

La alegría para la Santa no era trabajada a fuerza, ni con grandes conceptos. Era un don, un estilo, que ella consideraba como fruto del Espíritu, consecuencia de sentirse gratuitamente amada. Ella descubrió el tesoro -Jesús- y compró feliz el campo. «No puedo decir lo que se siente cuando el Señor me hace experimentar sus secretos. Es el gozo mayor que podemos vivir, todo lo demás se hace pequeño, basura... Y todos los gozos juntos, no son más que una gotita del que nos está reservado en el Cielo» (V. 27.12).

*fuente: Teresa una mujer para la mujer de hoy

De Santa Teresa de Jesús


"Aprovechábame a mí también ver campo o agua, flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Criador, digo que me despertaban y recogían" (Vida 9,5)