lunes, 5 de enero de 2009

El abrazo ante la puerta dorada...


ABRAZO DE SANTA TERESA DE JESÚS, SANTA CATALINA DE SIENA Y SANTA CLARA*

El tema del abrazo místico, tiene unos interesantes episodios llenos de connotaciones y matices en la iconografía cristiana.
Dejando a un lado el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana ante la Puerta Dorada, como inicio material del futuro dogma concepcionista, el encuentro fraterno entre Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís, es parte indispensable en la secuencia hagiográfica de los protagonistas más egregios de las órdenes mendicantes tardomedievales.
El abrazo supuso la confirmación externa y visual, el sello físico de una hermandad producida por la similitud de las intenciones, aunque la mentalidad y la forma de llevarlas a cabo estuvieran sustancialmente diferenciadas y de hecho se distinguieran en la práctica de una diferente espiritualidad.
Algo similar sucede en esta curiosa composición iconográfica perteneciente al patrimonio del convento carmelitano de Rioseco, donde de una forma anacrónica pero cargada de simbolismo, se produce el abrazo de tres grandes figuras del monacato femenino. A las representantes más notables de las órdenes franciscana y dominica, Clara de Asís y Catalina de Siena, como auténticas réplicas de Francisco y Domingo, se une ahora la figura de Teresa de Jesús.
No podía ser menos en una casa de la santa, que de este modo ve su condición equiparada a la de las mujeres que, hasta esos instantes, se situaban en la cúspide de la espiritualidad monástica más moderna. La hermandad propugnada eleva la dignidad de Santa Teresa y la vigencia de su reforma, igualándola e identificándola con los procesos que sus antecesoras habían desarrollado en otros ámbitos cronológicos, para expresar la similitud de sus propuestas, ratificadas a través de la imagen.
Si en la narración de su vida, Teresa señala su admiración por Catalina de Siena, aún deja más clara su veneración por Santa Clara, que incluso se le aparece el día de la celebración de su fiesta “con mucha hermosura”, alentándola en sus fundaciones “y díjome que me esforzase, y fuese adelante en lo comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción...”.
De gran discreción en cuanto a su factura, el lienzo ha de responder al esquema previo de una composición gráfica difundida a través de la estampa, o tal vez de una ilustración libraria, que no hemos alcanzado a localizar, generada en el mismo contexto de exaltación de la orden reformada. La composición, de extrema sencillez en cuanto a los recursos recursos estéticos empleados, muestra en primer plano y en un interior embaldosado a las santas, diferenciadas únicamente por sus particulares hábitos.
Las tres se disponen en un entorno arquitectónico, inquietante por desconocido y atrevido en cuanto a su concepto, que recuerda soluciones pictóricas de más altos vuelos, como si se tratara de un esquema reutilizado. Una extraña construcción de arquerías da paso a un espacio ajardinado, disponiendo en su parte superior una balaustrada donde tres personajes masculinos observan admirados la escena, algo que sí que sucede habitualmente en el mencionado episodio del Abrazo ante la Puerta Dorada.
Sin bibliografía
M.A.M.
*Anónimo castellano
Segunda mitad del siglo XVII
Óleo sobre lienzo 154 x 125 cm.
Convento de San José.
Madres Carmelitas Descalzas. Medina de Rioseco

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