Quince de octubre de 2008 en Avila, aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, conocida en el mundo entero también con el título de Santa Teresa de Avila.
¿Qué recordar aquí y ahora de su persona y de su quehacer, de su significación histórica en una sociedad que ha cambiado tanto desde el siglo XVI hasta nuestro tiempo? Europa, y la cultura del mundo occidental, han pasado por la Ilustración, la Revolución francesa y otras revoluciones culturales, sociales y religiosas. Y ahora, basándose en la ambigua idea del “progreso”, algunos políticos quieren prescindir de las raíces cristianas que han configurado la mentalidad europea desde el siglo IV, fusionadas con la tradición cultural de Grecia, Roma y la de los pueblos mal llamados “bárbaros”. Este giro copernicano de la historia choca violentamente con lo que Teresa de Jesús vivió, experimentó y expresó en sus obras completas.
Teniendo en cuenta la situación de nuestra cultura, ¿qué puede enseñar Teresa a los hombres de nuestro tiempo que viven en la nueva Europa? Ella seguirá pregonando desde su cátedra de papel los grandes valores del humanismo cristiano, las profundas verdades del Evangelio de Jesucristo, sus experiencias humanas, religiosas y místicas. Éste es no sólo el problema de fondo, sino el fondo del problema: Teresa no sabe exponer ideas, decir absolutamente nada, sin referencia a su propio yo, a lo que está viviendo en el momento de escribir, tanto sobre su vida interior como lo que acontece en lo exterior. Teresa es única y exclusivamente una cronista, una excelente narradora de acontecimientos como testigo de vida, de sentimientos, de experiencias. Teresa es solamente historiadora. Ahí reside la enorme atracción que suscita en los lectores, su interés por seguir leyendo, si están interesados en la búsqueda de lo real, de lo auténtico, lo que aconteció. Teresa pudo escribir novelas, pero no lo hizo; sólo narró su vida y la de sus contemporáneos.
Puesta esta premisa, la argumentación corre sola y las conclusiones se evidencian leyendo sus obras sin prejuicios. El que lea sus obras completas, se encontrará con Santa Teresa de Jesús, porque antes de ser santa no ha escrito nada. Pero descubrirá también el substrato más profundo de lo real, el Dios trascendente, el Cristo Dios y hombre, la Iglesia pueblo de Dios, verdades y valores fundamentales, los únicos que dan sentido a su vida. Por todo ello, Teresa es una aventurera, una exploradora de mundos desconocidos en época de descubrimientos. Desarraigada de esos supuestos, Santa Teresa de Jesús se convierte en una Doña Teresa de Cepeda y Ahumada, ciudadana abulense perdida en la historia del siglo XVI, sin llenar ni una sola página de las crónicas de su tiempo.
Admitidos estos valores, el lector encontrará también en los escritos de Santa Teresa (Vida, Fundaciones, Camino de perfección, Moradas...) una prosa limpia, transparente, única en la literatura universal, porque es como agua abundante que nace directamente del manantial, sin contaminar. El lenguaje de Teresa brota a borbotones como el magma caliente de un volcán y anega las ideas y sentimientos del lector. Ese milagro de la lengua teresiana se hace posible porque es una narración auténtica, sencilla y humilde, de la verdad de una vida, la realidad de una historia, la experiencia interior de Teresa y la historia de su tiempo. Sus obras escritas son su dibujo integral, toda ella. Los aditamentos culturales, los préstamos de los otros, abundantes en ciertas páginas, están asimilados, pero reciclados por su experiencia interior. El precipitado final es Santa Teresa de Jesús.
Pero el problema no está en lo que ella enseña, sino en lo que el lector moderno puede y quiere asimilar y que obliga a preguntarnos: de todo el mensaje teresiano, ¿qué llega a los lectores modernos? Ella habla a todos en el mismo lenguaje que oyó en su hogar abulense. Pero aunque su lengua y su mensaje son idénticos para todos los lectores, cada uno lo capta, lo asimila y se aprovecha de ellos de manera diferente. Su doctrina se arroja al viento como simiente volandera para que la recojan los lectores a su manera. Seguramente todos se aprovecharán de este rico festín. Los que se han alejada de Dios y de lo religioso siendo antes creyentes, los ateos prácticos, militantes o pacíficos, los agnósticos, los indiferentes, los que reniegan positivamente de sus raíces cristianas, de su ser creyente, y se han pasado al bando laicista de manera militante, los que siguen fieles a su proyecto cristiano sin fanatismos y que tienen sed de Dios, etc. A todos ellos santa Teresa de Jesús nos sigue narrando las experiencias más profundas de su vida y de su siglo.
DANIEL DE PABLO, Carmelita descalzo. La Santa.
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