jueves, 27 de noviembre de 2008

La lucha interior de Santa Teresa de Jesùs



SU PERFECCIÓN EVANGÉLICA

Desde su nuevo ingreso en el convento hasta los años de la reforma de la Orden del Carmelo su vida transcurre en el ambiente monástico, dada a la oración y a la meditación. En sus escritos, la santa madre señala sus grandes luchas por alcanzar la perfección, y en esta guisa su rigor moral la hace acusarse de todo aquello que no sea acercarse a Dios, llegando a desorbitar sus acusaciones y sus censuras, tan humildes como exageradas. Para ajustarnos a la autenticidad de aque­lla época de su vida recurrimos al testi­monio del R. P. Domingo Báñez, que, como confesor que fué suyo muchos años, conocía bien su vida; testimonio que figu­ra en el artículo segundo del acta del proceso de beatificación y canonización hecho en Salamanca. Dice así: "En la vida que hizo en la Encarnación, en su mocedad no entiende que hubiese otras faltas en ella más de las que comúnmen­te se hallan en semejantes religiosas que se llaman mujeres de bien, y que en aquel tiempo, que tiene por cierto se señaló siempre en ser grande enfermera y tener más oración de la que comúnmente se usa, aunque por su buena gracia y donaire ha oído decir que era visitada de muchas personas de diferentes estados; lo cual ella lloró toda la vida, después que Dios la hizo merced de darle más luz y ánima para tratar de la perfección en su estado. Y esto lo sabe, no sólo por haberlo oído decir a otros que antes la habían tratado, sino también por relación de la misma Teresa de Jesús.

"En materia de honestidad — insistimos—la santa fué de un rigor extremado; y cuantos trataron de cerca a la mística doctora coinciden en ello. Su vida fué de una progresiva y bien cimentada perfec­ción evangélica. Caritativa con todas y en especial con las enfermas, pues la santa, como enferma, sabe y comprende que uno de los más expresivos testimonios del amor a Dios está en extremar la ca­ridad con el que sufre. Era muy respe­tuosa y amable con todos, obediente con los superiores; de aquí que su fama de mujer inteligente trascendiera más allá de los muros del convento de la Encarnación y adquiriese fama de gran con­versadora. En aquellos tiempos los con­ventos tenían mucha comunicación con el exterior; puede decirse que al locutorio, atraídos por las bondades de la madre Teresa de Jesús, iban gran parte de la buena y culta sociedad de Ávila, que acudían a las religiosas por las causas más leves y los pretextos más fútiles. Se comprenden fácilmente estas expansiones, que si Santa Teresa señala como perjudicia­les para las religiosas de vida contemplativa, no cabe duda que son de in gran beneficio moral para las gentes que acu­dían a ellas.

Las religiosas, no sujetas en aquella época a clausura papal, salían allí donde los superiores les encomendaban alguna misión. Por este motivo el reverendo Padre provincial del Carmen, conocedor de las virtudes que adornaban a la madre Teresa de Jesús, la encargó se trasladase, en compañía de otras religiosas, a la ciudad de Toledo para acompañar a doña Luisa de la Cerda, señora de la más ran­cia nobleza, que lloraba la muerte de su esposo, don Arias Pardo de Saavedra, mariscal de Castilla. Es de señalar que, entre más de ciento treinta religiosas que tenia la Encarnación, el reverendo padre provincial encomendó tan delicada misión a la santa madre; misión para la que se requerían unas excepcionales cualidades intelectuales, rectitud moral y gran tacto y conocimiento de las gentes, pues había de vivir una larga temporada en la casa de doña Luisa de la Cerda y de otras señoras no menos aristocráticas. Cumplió su cometido a plena satisfacción, y su carácter afable supo conquistar el afecto de cuantos la conocieron, especialmente la viuda de don Arias Pardo, que la tomó gran cariño y la prestó una excelente ayuda en la reforma del Carmelo. Es indudable que este trato espiritual dió sus frutos, unos magníficos frutos de apos­tolado por la dulzura y encanto de su palabra, y cimentó una amistad solemne.

En el testimonio de don Juan Carrillo, secretario del obispo de Ávila, en las informaciones de Madrid del año 1595, de su proceso de beatificación y canonización, se ensalzan estas virtudes de la santa. "Muchas veces oyó este testigo a la dicha madre Teresa de Jesús tratar de Nuestro Señor con un amor y un fervor tan grande que ganaba a quien la oía y incendia grandes deseos de agradar a Dios. Y de la oración decía tan altas co­sas y tan conformes al dictamen de la razón, que admiraban a cualquiera grande entendimiento y dejaba en él una satisfacción muy grande de que aquéllos eran del Cielo y que el Espíritu Santo alumbrara aquella alma, y ansí fueron infinidad de ellas las que redujo... Porque la fuerza que tenía en decir en esta parte parecía más que humana, y era con tanta suavidad y caridad que atraía a cuantos la hablaban...

"De vuelta nuevamente a su convento en Ávila, su padre enferma de considera­ción y muere días más tarde. La madre Teresa de Jesús le asiste durante toda su enfermedad, pues la clausura no les impedía abandonar su sede religiosa por motivos altamente justificados, previamente autorizadas por la Superioridad. Por este motivo don Alonso de Cepeda se vió asistido en los últimos momentos de su vida por la más entrañablemente amada de sus hijas.

Parece ser que don Alfonso de Cepeda murió el 24 de diciembre de 1543. No se sabe el lugar donde fué enterrado; algunos biógrafos afirman que en la iglesia de San Francisco, hoy arruinada, sin que este fundamento sea muy sólido. A mediados del siglo xvii se examinó la se­pultura en que se decía descansar el pa­dre de la santa madre y se comprobó que pertenecía a un hermano de don Alonso de Cepeda enterrado con su mujer, cuyo apellido coincidía con los de su segunda esposa, doña Beatriz. Es probable que los restos de don Alonso de Cepeda fueran a reposar con los de su esposa, doña Beatriz, en la parroquia de San Juan, pues ésta era entonces la costumbre.

Contaba a la sazón la santa veintiocho años. Su vida discurre en esa ascendente progresión en la vida perfecta. Es el pór­tico de la santidad lo que ya alcanza la monja abulense, después de más de doce años de oración, de meditación, de ele­var su pensamiento a Dios. La joven Te­resa de Ahumada se hace mujer, su inteligencia madura y su santidad crece. Es el temple de la recia mujer castellana que, con la sola fuerza tremenda de su ora­ción, supo hallar refugio en el amor de Cristo.

*fuente: Santa Teresa de Jesús.com

martes, 25 de noviembre de 2008

Sobre las obras de Santa Teresa de Jesús


La obra de Santa Teresa de Jesús refleja, simultánea o consecutivamente, las vivencias de un misticismo ardiente, como el que recorre el Castillo interior o las Moradas, y la dura actividad cotidiana que muestra el Libro de la vida; los éxtasis o arrobamientos del Camino de perfección o los Conceptos del amor de Dios, y la concreción de los asuntos mundanos del Libro de las constituciones, que también se trasluce en el cerrado organigrama de los nuevos conventos, recogido en el Libro de las fundaciones.

Su vida marcó una época, porque, en un mundo dominado por los hombres, defendió el derecho de la mujeres a desarrollar su propia personalidad; de ese empeño convenció a sus mejores contemporáneos: fray Luis de León, San Juan de la Cruz, San Francisco de Borja, fray Juan de Ávila, el padre y profesor Domingo Báñez, el inquisidor Quiroga..., incluso a Felipe II. Y a pesar de los desprecios e insultos, viajó por toda España con idéntico espíritu que al principio y renovada ilusión.
*fuente: Cervantes Virtual

lunes, 24 de noviembre de 2008

Éxtasis de Santa Teresa de Jesús



En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.

Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.

El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.

El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.

Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.

San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Jesús


Sólo alguien que conociera por experiencia los fenómenos tan extraños en que venían envueltas las inmensas torrenteras de amor, podía intervenir con eficacia para serenarla, garantizarla, devolverle la paz.
Este santo varón fue san Pedro de Alcántara. «Enseguida vi que me entendía por experiencia, que era lo que yo necesitaba». «Quedamos muy amigos».
Es admirable la Providencia que acude en ayuda de Teresa. ¿Cuántos extáticos habría en España en aquellos tiempos? ¿Uno? Pues ese llega a consolar a Teresa en el momento necesario. Más adelante volverá para convencer al obispo de Ávila de que apruebe su fundación.
Su intervención fue necesaria y decisiva, porque don Álvaro de Mendoza se había cerrado en banda: no quería admitir la fundación. A pesar de haberle escrito fray Pedro, su decisión se mantuvo inexpugnable. Pero el amor de fray Pedro era más fuerte que la terquedad del Obispo y enfermo como estaba, se levantó de la cama, y quiso que le llevaran cabalgando en un borriquillo a El Tiemblo, donde estaba el Obispo.
Le acompañaron Gonzalo de Aranda y Francisco de Salcedo. «Los que de veras aman a Dios todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden». La sangre y la vida darán por ayudar las obras de Dios».
Es la piedra de toque que patentiza si se busca a Dios o el prestigio propio y la imagen que por nada del mundo se quiere arriesgar.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Las tres grandes virtudes de Santa Teresa de Jesús



El amor, principal fuerza de cohesión para todo ser humano, se expresa en la comunidad en la comprensión, el cariño, la amistad y el servicio, prestados desde la gratuidad y que, son recíprocos y exigentes, pero gratificantes. Amor de unas con otras, “aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de ayudar” (CP 6,4) que sabe compartir desde los niveles más profundos de la persona, especialmente lo relativo a la fe y a la vivencia de la gracia vocacional. Amor que trasciende la propia comunidad, y se abre a la universalidad eclesial.


El desasimiento es fuente de libertad y señorío, excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, tanto en lo material como en las relaciones interpersonales. El egoísmo repliega sobre sí mismo, el amor dilata y engrandece, por eso solamente el amor es capaz de compartir. La persona desprendida no pone el acento en nada, porque ha optado por el “Todo”. En frase de la Santa: “sólo Dios basta” (Poesías) y ésta no es una frase excluyente sino más bien sintetizante porque en Dios lo halla todo. Posee el mayor bien: su relación personal con el Señor, donde encuentra toda su riqueza y felicidad.


La Humildad de la que trata la Santa nada tiene de minusvaloración personal, conoce y acepta sus limitaciones pero tiene clara conciencia de los bienes naturales y sobrenaturales que posee, nada se apropia, pues sabe que todo es don recibido de Dios. La humildad pone cada ser y cada cosa en relación con la Persona de Jesús. Conocida es la frase de la Santa “humildad es andar en verdad” (MVI 10,7). La humildad verdadera cede el protagonismo enteramente a Dios porque sabe que la orientación y el rumbo de su vida pertenecen al Señor. Sabe desconfiar de sí porque ha puesto su entera confianza en el Señor de su vida.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Iconografía de Santa Teresa de Jesùs



Iconografía: de entre sus contemporáneos, Santa Teresa es una de las pocas que tuvo su retrato directo, realizado por Fray Juan de la Miseria, en Sevilla, en 1570.

Por lo tanto esta imagen es la más fiel que se tiene de la Santa.

Luego otros artistas han preferido idealizar su figura, perdiendo así el verdadero carácter de Teresa.

A Santa Teresa se la representa con el hábito marrón y la capa blanca corta propios de las Carmelitas Descalzas.

Sus atributos son el libro y la pluma, por ser escritora.

Cuando se la reconoce como Doctora de la Iglesia se le agrega la muceta blanca y el birrete.

martes, 18 de noviembre de 2008

Santa Teresa la grande



Monja andariega y abadesa andante
Que en el servicio de Nuestra Señora
Alanceabas molinos y carneros;
Tú, princesa y fregona y mendicante,
Tú, que sabías acertar la hora
En que Dios fiscaliza los pucheros;
Tú, que después, hablando mano a mano,
Te quedabas con El de sobremesa.


Y era casi tu hermano
Aquel que te llenaba la cabeza
De angelerías y de fundaciones.


Y luego te partías
A predicar canciones y razones
Como jugando a las postrimerías;
Teresa de Jesús, tú que supiste
Sobrellevar el éxtasis y el dardo,
Glorioso el pecho y la mirada triste,
Trémula el alma y el andar gallardo;


Tú, la de la Divina
Paloma que al oído te dictaba
Sus lecciones de amor y de doctrina
Y de consuelo musical, en tanto.


La nube dibujaba
Un atril de marfil para tu canto;
Tú, señora de toda gentileza,
Acógeme a tu abrigo,
Teresa de Jesús, Madre Teresa,
No me dejes estar solo conmigo.



*Ignacio B. Anzoátegui