miércoles, 19 de mayo de 2010

Había escrito Teresa esos versos tan bellos y tan repetidos: Vivo sin vivir en mí - y tan alta vida espero - que muero porque no muero.
A los sesenta y siete años de edad le llega la hora tan deseada. Y, con su gracejo de siempre, se dirige ahora al Señor, en oración simpática: ¡Oh Señor mío y Esposo mío, ya era hora! Tiempo es ya que nos veamos... Y manifiesta su mayor gozo: ¡Al fin, muero hija de la Iglesia!...

Teresa estaba orgullosa de la Iglesia. Pero la Iglesia Católica, orgullosa de Teresa, no deja de dar gracias a Dios por esta hija tan preclara, a la que tiene declarada Doctora de la
Iglesia.

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