Parece que la Madre Teresa usó la comparación de castillo, porque su medio ambiente a ello la inspiraba. Pues en Avila, las murallas y almenas dan una sensación muy distinta a la que dan las otras ciudades. Y el ambiente de quietud, mueve a la reflexión, a la meditación.
A la contemplación
Aquellas empedradas calles que la Santa debió conocer tan bien como sus hábitos religiosos, oyeron y sintieron los ánimos de la Madre Teresa, quien fue una caminante por excelencia. Y como que viven todos aquellos recuerdos.
Hoy, Avila da la sensación de ser un gran convento, pero con una alegría queda. Porque los biógrafos explican que Madre Teresa, "alejada del mundanal ruido", no era dada a la tristeza ni quería que sus monjas vivieran en ese ánimo. Era así como en los conventos, ella, que enseñó los muchos aposentos del alma, enseñó también alegría secular, valiéndose de las risas, del cantar, y de las castañuelas.
En estos tiempos, el mensaje de Teresa de Jesús tiene la igual vigencia de antes. Y por momentos, es de mayor vigencia, porque uno de los grandes errores es huir de la intimidad anímica de nuestro castillo, para pretender adornarlo con muebles extraños, pudiendo nosotros organizar, en las interioridades del ser, los aposentos más formidables dentro de tan grande y majestuoso castillo que es el alma.
Hoy, a casi cuatrocientos treinta años, en tiempo que comienza a contarse con los dedos no hallando luego más dedos con qué contar, y perdiéndose uno en el mismo tiempo, cabe invocar a la bienaventurada Madre Teresa de Avila, y pedirle orientación.
Y darle las gracias por tan augustas orientaciones que ha dado a sus hermanos de todos los siglos.