jueves, 26 de febrero de 2009

Santa Teresa y la familia...


Una reflexión teresiana sobre la familia, nacida de su propia experiencia, podría dividirse en tres aspectos que para ella eran fundamentales:


1 – Visión trascendente de la familia


La familia, como don de Dios, es fiel reflejo de la familia trinitaria. Sus miembros son verdaderamente ciudadanos del cielo. Esta dimensión no la deben olvidar los padres en ningún momento. Estas son palabras suyas: “¡Oh, Señor, qué gran merced hacéis a los que dais tales padres, que aman tan verdaderamente a sus hijos, que sus estados y mayorazgos y riquezas quieren que los tengan en aquella bienaventuranza que no ha de tener fin!” (Fundaciones, cap. X). A renglón seguido se lamenta de los padres obsesionados por las cosas materiales: “Cosa es de gran lástima, que está en el mundo ya con tanta desventura y ceguedad, que les parece a los padres que está su honra en que no se acabe la memoria de este estiércol de los bienes de este mundo, y que no la haya de que tarde o temprano se ha de acabar; y todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba, y hay que hacer poco caso de ello; y que a costa de los pobres hijos quieran sustentar sus vanidades, y quitar a Dios con mucho atrevimiento las almas que quiere para sí, y a ellas un tan gran bien” (Fundaciones, cap. X). La Santa pide al Señor para que los padres no pierdan nunca la visión trascendente. “Abridles, Dios mía, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están obligados a tener a sus hijos, para que no los hagan tanto mal, y no se quejen delante de Dios en aquel juicio final de ellos, adonde, aunque no quieran, entenderán el valor de cada cosa” (Fundaciones, cap. X).


2 – El ejemplo de los padres


Con esta visión trascendente, poniendo los ojos en el Señor, los padres serán un buen modelo para sus hijos. Así lo reconoce ella en sus padres: “El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena” (Vida, cap. I). Primero se fija en su padre: “Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos” (Vida, cap. I). Luego pone el ejemplo de su madre: “Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos Santos, comenzó a despertarme de edad. A mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud” (Vida, cap. I).


3 – El ejemplo de los amigos


La vida de familia, según la Santa, se gana o se pierde no solamente en el círculo familiar, sino también en el de las amistades. No es indiferente que los hijos tengan buenas o malas compañías. Ella habla, por experiencia, de las malas compañías: “Espantábame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer; en especial en tiempo de mocedad, debe ser mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto” (Vida, cap. II). También habla de las buenas compañías: “Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía; y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera entera en la virtud; porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer” (Vida, cap. II). Al fin se atreve a dar consejo a los padres: “Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad (adolescencia) tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos; porque aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor” (Vida, cap. I).


No estaría mal comentar estos textos teresianos en la tertulia familiar.

Florentino Gutiérrez. Sacerdote

miércoles, 18 de febrero de 2009

Llegada de Santa Teresa y San Juan a Valladolid


Habían salido de Medina del Campo al atardecer del nueve de agosto pretendiendo recorrer las ocho leguas que la separan de Valladolid durante la noche, al abrigo de la canícula estival.

Fray Juan de la Cruz acababa de terminar sus estudios de teología en la Universidad de Salamanca y se encontraba en Medina como pasante de las clases del convento de Santa Ana.
La madre Teresa de Jesús estaba a la espera de la licencia de sus superiores para fundar el primer convento de la reforma de la Orden carmelitana, y abrigaba la secreta esperanza de que el joven y brillante fraile que la acompaña fuera el iniciador de la reforma del Carmen entre los frailes. Cuando el día de San Lorenzo comienza a clarear llegan a la finca llamada "Río de Olmos", distante unos dos kilómetros de Valladolid, quinta de recreo de la familia Mendoza donada a la Santa por Bernardino de Mendoza y Pimentel, hijo menor de los condes de Rivadavía, para que instalase allí el convento que pensaba fundar.
La Santa encontró el lugar insalubre por su proximidad al río e inadecuado por estar demasiado lejos de la población, lo que suponía una seria dificultad para recibir limosnas, elemento básico en la reforma que había acometido. Nuevas gestiones cerca de la familia de los condes de Rivadavia dieron como resultado la obtención de un nuevo edificio para albergar el primer convento de carmelitas descalzas, que bajo el nombre de Nuestra Señora de la Concepción se ubicaba en el Camino Real, que iba de la Puerta de Santa Clara al río mayor, y que actualmente lleva el nombre de la Santa.
Fue en Valladolid donde Juan de la Cruz tomó el hábito de Descalzos, y de donde partió, en septiembre de 1568 para iniciar la reforma de la Orden del Carmen entre los varones.

lunes, 9 de febrero de 2009

Comentario al Evangelio por Santa Teresa


«Todos los que tocaban el borde de su manto quedaban sanos»


¡Oh verdadero Dios y Señor mío! Gran consuelo es para el alma que le fatiga la soledad de estar ausente de Vos, ver que estáis en todos cabos. Mas cuando la reciedumbre del amor y los grandes ímpetus de esta pena crece, ¿qué aprovecha, Dios mío?, que se turba el entendimiento y se esconde la razón para conocer esta verdad, de manera que no puede entender ni conocer. Sólo se conoce estar apartada de Vos, y ningún remedio admite; porque el corazón que mucho ama no admite consejo ni consuelo, sino del mismo que le llagó; porque de ahí espera que ha de ser remediada su pena.
Cuando Vos queréis, Señor, presto sanáis la herida que habéis dado; antes no hay que esperar salud ni gozo, sino el que se saca de padecer tan bien empleado. ¡Oh verdadero Amador, con cuánta piedad, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con qué grandísimas muestras de amor curáis estas llagas, que con las saetas del mismo amor habéis hecho! ¡Oh Dios mío y descanso de todas las penas, qué desatinada estoy! ¿Cómo podía haber medios humanos que curasen los que ha enfermado el fuego divino? ¿Quién ha de saber hasta dónde llega esta herida, ni de qué procedió, ni cómo se puede aplacar tan penoso y deleitoso tormento?... Con cuánta razón dice la Esposa en los «Cantares»: Mi amado a mí, y yo a mi (11,6), porque semejante amor no es posible comenzarse de cosa tan baja como el mío. Pues si es bajo, Esposo mío, ¿cómo no para en cosa criada hasta llegar a su Criador?

jueves, 5 de febrero de 2009

Alba de Tormes y Teresa


A la izquierda, el reloj conventual que tocó las nueve en el momento
de la muerte de Santa Teresa.

En Alba de Tormes fundó Santa Teresa de Jesús en 1571 el convento de carmelitas descalzas de la Anunciación , y en Alba y en ese convento morirá Teresa en 1582. Desde entonces esta Villa y esta Santa no se explican una sin la otra.


Santa Teresa nace en Ávila en 1515 y muere en Alba de Tormes en 1582. En el convento de calzadas de la Encarnación de Ávila estuvo 27 años, entre 1535 y 1562. San José de Ávila se funda en 1562 y allí permanece cinco años. Entre 1567 y 1582 se sitúa su peregrinar de fundadora. Tenía 52 años y estaba harto achacosa cuando empieza a viajar por Castilla, de convento en

convento. Impresiona la relación de las fundaciones de carmelos reformados, y saber que todas menos -Caravaca y Granada- son obra directa suya: Ávila 1562, Medina del Campo 1567, Malagón 1568, Valladolid 1568, Toledo 1569, Pastrana 1569, Salamanca 1570, Alba de Tormes 1571, Segovia 1574, Beas de Segura 1575, Sevilla 1575, Caravaca 1576, Villanueva de la Jara 1580, Palencia 1581, Soria 1581, Granada 1582 y Burgos 1582. A ellos hay que añadir los dos de frailes en cuya fundación intervino: Duruelo y Pastrana.

La estrecha identificación entre Alba y Teresa se debe a que en este convento muere y está su sepulcro. Un hecho fortuito va a cambiar su último itinerario cuando se disponía a partir desde Valladolid a Ávila, es reclamada para acompañar en el parto a la joven Duquesa de Alba. Así pasará los últimos quince días de su vida en el convento de Alba. El jueves, 4 de octubre, « día de San Francisco, en la anochecida muere Sta. Teresa en una celda conventual, el reloj daba las nueve campanadas». En ese reloj, año tras año, las carmelitas recuerdan el aniversario dando las nueve campanadas. Muere el mismo día de la reforma del calendario de Gregorio XIII, por la que el 4 pasó a ser el 15 de octubre, día en que a las 10 de la mañana, se celebró el funeral en la iglesia recién concluida. Quienes asistieron el día antes al bautizo del nuevo vástago de los Alba, no se perdieron el acontecimiento, por lo que la fama de santidad de Teresa se extendió rápidamente por toda España y los dominios de la Corona.


Fue enterrada entre las dos rejas del coro bajo y comenzó entonces el peregrinar de sus restos, que entre 1585 y 1586 estuvieron algo menos de nueve meses en S. José de Ávila y luego volvieron a la Iglesia de su convento de Alba, donde –como se verá- tampoco pararon de un emplazamiento a otro. Hasta muerta seguía siendo vagamunda e inquieta .
(gracias por la colaboración a nuestra hermanita Inés)

martes, 3 de febrero de 2009

Experiencia teresiana con la Transverberación...


Algunos términos teresianos relacionados con la experiencia de la Transverberación:

Centella:
Oración de quietud: que es como el agua que se saca con "un torno y arcaduces", y es a menos trabajo del hortelano Vida 15,1 (en la alegoría del huerto- con la iluminante agua) Esta centellita, "es la que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí" (15,4). En la oración de quietud, el alma debe andar "sin ruido", es decir, no "andar con el entendimiento" buscando muchas palabras, que "éstos son unos leños grandes" que "ahogarán esta centella" (15,6). En contraposición a los leños, valen más los sencillos actos de amor, "unas pajitas puestas con humildad que no mucha leña de razones muy doctas" (15,7).

Fuego:
Oración de unión: 4º grado de oración: La centellita de la oración de quietud se convierte en un gran fuego en la oración de unión, "todo me parece una cosa, bien que el alma alguna vez sale de sí misma, a manera de un fuego que está ardiendo y hecho llama, y algunas veces crece este fuego con ímpetu. Esta llama sube muy arriba del fuego, mas no por ello es cosa diferente, sino la misma llama que está en el fuego" (V 18,2). Después, hablando de los efectos de la oración de vuelo de espíritu dirá que son mayores que los de la oración de unión, y toma el tópico del metal fundido por el fuego (V 18,6).

Saeta: (heridas de amor)
A finales de 1565, los ímpetus de amor llegan a darse a tal extremo en Santa Teresa de Jesús que ella exclama:
"verdaderamente me parecía que me arrancaba el alma". Todo el c. 29 de Vida es una declaración de esos ímpetus. Ahora, el fuego se convierte en saeta y en herida de amor. "No ponemos nosotros la leña, sino que parece que hecho ya el fuego- de presto nos echan dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino hincan (clavan, fijan, empotran, ensartan), una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha (hacer) ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios" (V 29,10)

Dardo de oro:
Uno de esos ímpetus, la transverberación, es descrito con el simbolismo del fuego y del dardo: "veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla No era grande sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan (deben ser de los que llaman querubines) Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios" (V 29,13).

Llama:
A punto de concluir el Libro de la Vida, Teresa de Jesús describe la mayor visión de la Humanidad de Cristo que jamás haya tenido, y lo hace con la imagen de la llama: "Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva gloria que jamás la había visto. Representóseme, por una noticia admirable y clara, estar metido en los pechos del Padre. Esto no sabré yo decir cómo es; porque, sin ver, me pareció me vi presente de aquella Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre me parecía traía presente aquella majestad del Hijo de Dios Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseos de la vida" (V 38, 17-18).